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«Al ver la ballena pensé: 'Esto hay que guardarlo'»

En 1977, Lluís Filbà fue testigo del hallazgo de una ballena que conmocionó a Mataró y popularizó la cultura científica en la comarca

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icoy38274334 lluis filba170505183415 / ALVARO MONGE

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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No es fácil guardar una ballena, y menos si se trata de un rorcual común, el segundo animal más grande del mundo. El 3 de marzo de 1977 el hallazgo del cadáver de una cría de rorcual de casi 12 metros conmocionó a los vecinos de Mataró. El animal se tornó en símbolo y su esqueleto se conservó gracias a un grupo de ciudadanos enamorados del patrimonio natural y apasionados por la divulgación científica. Lluís Filbà (Mataró, 1949) participó en las primeras tareas de conservación del animal y ha comisariado la parte histórica de la exposición El viatge de la balena de Mataró, que puede visitarse en la sede de Can Serra del Museu de Mataró.

–La noticia de que había una ballena en tierra corrió como la pólvora.

–Un aficionado a la pesca había encontrado una ballena sin vida en el mar y la empujó hasta la playa. Vaciaron la piscina del Centre Natació Mataró para ponerla allí y todo el mundo pasó a verla. Fue una fiesta, una clase de ciencias naturales allí mismo. En cuanto la vi pensé: ‘Esto hay que guardarlo’.

–¿Por qué?

–Dos años antes, el geólogo Toni Batlle y yo, que entonces colaboraba con el Museu de Zoologia de Barcelona, habíamos ido a pedirle al alcalde que pusiera las bases para un museo de ciencias en Mataró. La ballena era una buena pieza para el futuro museo.

–Una ballena no se guarda en un cajón.

–Fuimos a ver al nuevo alcalde, que era veterinario, y él la mandó llevar al matadero. Allí la despiezaron y cuando los huesos estuvieron más o menos limpios los extendieron sobre el tejado. Pero olía tan mal que los vecinos se quejaron.

–Normal. ¿Y qué hicieron con los huesos?

–Yo trabajaba en una casa de payés y pedí que nos dejaran una balsa. Metimos los huesos en el agua para que los gusanos se comieran los restos de carne sin que oliera demasiado. Hicimos varias operaciones de limpieza: sacábamos los huesos, los frotábamos con cepillos y estropajos, cambiábamos el agua y los volvíamos a meter. 

–Gracias a eso hoy su esqueleto se exhibe temporalmente en el Museu de Mataró. 

–En esta exposición la ballena se presenta como el elemento que cohesionó y amplió el grupo de personas que hace 40 años tuvimos el atrevimiento de plantear un museo de ciencias para Mataró. Desde entonces se han hecho estudios, cursos, exposiciones, salidas de campo..., primero como Museu de Ciències y desde 1979 como Secció de Ciències Naturals del Museu de Mataró. Se ha reunido una colección de 5.000 piezas y la joya de la corona es la revista Atzavara, posiblemente la única revista de divulgación científica que existe en Catalunya.

–También fueron precoces en la divulgación de la conciencia ecológica.

–La primera exposición, en 1977, era precisamente sobre contaminación. En aquella época todo se tiraba al mar y al río, pero ya teníamos ese espíritu de defensa de la naturaleza.

–Pero no tenían una sede fija.

–Al principio las actividades se hacían en una casa particular. El ayuntamiento no tenía locales y propuse que nos trasladásemos a la prisión, que estaba vacía; hasta 1983, ocupamos unas celdas del primer piso. Nuevas personas entraron en la Secció de Ciències y en 1984 el esqueleto de la ballena se expuso por primera vez en el museo comarcal. Desde entonces reclamamos un espacio de exhibición permanente.

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–No merece ser olvidada en un almacén.

–Pensábamos, un poco ingenuamente, que el ayuntamiento haría un esfuerzo para ubicar esta pieza en un pequeño núcleo como museo de ciencias. Esperemos que cuando se desarrolle el proyecto del Museu de Mataró en la antigua fábrica Can Marfà tanto la ballena como la colección tengan por fin una ubicación definitiva.