Gente corriente

«La herramienta más perfecta es la mano»

Navegante y carpintero de ribera del Museu Marítim de Barcelona. La vida de Gilles Llecha es de viento, timón y garlopa.

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OLGA MERINO

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Ahora mismo, Gilles Llecha Llop (París, 1956) trabaja en la restauración del Santa Espina, un laúd construido en 1928 en Banyuls de la Marenda. El 'mestre d'aixa' también tiene a su cargo la flota del Museu Marítim que vive en el agua, barcos como el 'Patapum', la 'Lola' o el pailebote 'Santa Eulàlia'.

-Ya llevo 11 años en el museo. Empecé a trabajar en los barcos porque me encantaba navegar y había tenido la suerte de asistir a cursos de vela desde muy pequeño. Además, mis padres solían veranear en la Bretaña, una región muy marinera.

-¿Su primer trabajo? Con 16 años. Como no tenía un duro, me dediqué, junto con mi amigo Philippe, a recuperar un primer barco de madera, un caneton que hacía aguas como un canasto.

-Y el oficio, ¿dónde lo aprendió? En la Bretaña, donde viví casi ocho años. Alquilé un gîte, una casita de campo, y allí aprendí los secretos de la carpintería de armar, la concepción de los armazones de los tejados de madera. Por una serie de circunstancias, allí conocí a mi gran maestro.

-¿Ah, sí? ¿Quién fue? Se llamaba Yves Mevel. Era un 'mestre d'aixa' que vivía en una calita, al lado de un saladero. Por aquel entonces, ya era un señor mayor que se había jubilado, pero seguía trabajando en negro. Todos los pescadores de la zona acudían a 'père Yves' en caso de avería.

-Entiendo. Hablaba casi exclusivamente en bretón, no sabía leer y mascaba tabaco. Empezó en la navegación como grumete y aún pilló los últimos años del transporte comercial a vela. Cruzaban el Atlántico para ir a cargar guano a Chile.

-Menudo personaje, qué interesante. Increíble. Estuvo navegando hasta que un accidente lo apartó del mar y el armador lo dejó abandonado en un hospital de Lisboa. Cuando lo conocí, teníamos que desplazarnos hasta rías donde no había luz eléctrica, de manera que hacíamos todo el trabajo a mano. ¿Lo más difícil? El calafateo, cerrar las junturas de las maderas con estopa y brea.

-¿Cuándo se hizo a la mar? Con el tiempo, pude comprarme un sardinero hecho en 1949 para restaurarlo y, durante una buena temporada, cuando era joven, me dediqué a navegar con mi amigo Philippe. Estábamos más tiesos que la mojama [se ríe]. Recalamos en Port-Vendres y trabajamos en la estiba descargando fruta, sacos de harina… Si nos faltaba comida, cogíamos mejillones. Y así, de puerto en puerto. Sobreviviendo.

-La bohemia marinera. Un poco, sí. Recorrimos la costa francesa, el Cantábrico, Portugal, el litoral mediterráneo, las Baleares… Vivir en la mar ha sido uno de los regalos más agradables que me ha hecho la vida.

-¿Cómo se llamaba su barco? 'Père Peinard', como el de la canción de Brassens. Lo perdí en Menorca, durante una 'rissaga' en el puerto de Ciutadella.

-El trabajo manual tiene un algo... No quiero parecer pedante, pero la mano es la herramienta más perfecta de que el hombre dispone. Es más, nos hemos desarrollado intelectualmente gracias a ellas.

-Ya. La técnica ha de estar al servicio del hombre, y ese es nuestro gran problema: nos hemos convertido en sus esclavos.

-¿Ya no navega? Ahora tengo barquitas en un pueblo de la Franja de Ponent, adonde voy de vez en cuando. ¿Sabe?, mi padre, exiliado republicano, era oriundo de allí. Hundieron el pueblo en 1967 para la construcción de los pantanos de Mequinenza y Ribarroja.