«El enfermo entra aquí y se siente en otro mundo»

Rosa Maria Ricart es enfermera del Hospital Vall d'Hebron, donde ha montado una sala destinada a que el enfermo desconecte de su difícil realidad

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MAURICIO BERNAL

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El germen de todo esto fue una frase que pronunció su padre hace 10 años, cuando ingresó en el hospital víctima de un ictus. «Un sitio tan grande como este -dijo- y no hay un lugar donde desconectar de la realidad que es un ingreso». A la enfermera Rosa Maria Ricart se le quedó grabado, y cuando, al cabo del tiempo, fue trasladada a la planta 4ª del edificio (Unidad Esófago-Gástrica y de Cirugía Torácica), y allí dio con una sala infrautilizada, casi abandonada, destinada a almacenar sillas y mesas, pensó que había llegado el momento de cumplir con su padre. El Vall d'Hebron cuenta desde entonces con este agregado, esta especie de insólito tesoro.

-¿Cómo fue? ¿Ya tenía una idea de lo que quería hacer?

-Más o menos, sí. Yo... Bueno, me planteaba hacer algo lúdico, que no costara nada y que no generara ruido; que no molestara a los otros enfermos. Y algo, sobre todo -como mi padre quería- para que el enfermo pudiera desconectar. Y me encontré con esta sala.

-Cuénteme cómo la puso en marcha.

-La verdad es que aquí todos han ayudado; yo digo que esta es una oenegé del hospital. Primero, le hablé de mi idea a la jefa de planta y ella me apoyó. Entonces me puse en contacto con mantenimiento, y ellos me pusieron las estanterías, y me consiguieron ese televisor que está ahí. El equipo médico trae libros, la señora de la limpieza también, la gente de la cocina. Enfermos que pasaron por aquí siguen trayendo cosas. Mire, mire.

-¿La vista?

-Es lo mejor. En un día despejado ves la silueta de las islas. El enfermo entra aquí y se siente en otro mundo, aún estando en el hospital. Al final esto también es como una isla, una pequeña isla de desconexión.

-Parece sobre todo una sala de lectura. Por los libros. ¿Los ha contado?

-Pues sí: en el último inventario salieron más de 1.200. Yo la verdad es que soy un poco letraherida, entonces, más o menos el 60% de los libros son míos, que los he ido trayendo en bolsas, en el metro. Pero recibo muchas donaciones. Viene por ejemplo el familiar de un enfermo, ve un libro que le gusta, pregunta si se lo puede llevar y cuando lo devuelve me regala otros 10.

-Un fondo muy heterogéneo, veo.

-Sí aquí hay de todo. Si buscas, aquí encuentras el Corán, la Biblia, libros de plantas, de animales, obras de Molière, las '50 sombras de Grey', revistas de la National Geographic, revistas de historia… De todo.

-¿Y esas bicicletas?

-Ah, sí. Pues mire: una me la regaló la asociación Aire, que es una asociación de personas con trasplante de pulmón, y otra la unidad de rehabilitación del hospital. ¿Por qué? Pues porque esta planta acoge a los trasplantados cuando salen de la UCI, y una de mis tareas es reeducarlos, así que la sala también se convirtió con el tiempo en aula educativa para los trasplantados.

-Y veo juegos de mesa, y libros infantiles, y sillas para niños…

-Sí, los sábados vienen muchos críos y les gusta estar aquí. Y los juegos son para todos. Yo digo que la sala sirve para muchas cosas. A la gente que está sola, por ejemplo, los que no tienen a nadie, les llevo libros a la habitación para que los etiqueten, y al día siguiente les digo, venga, vamos a ponerlos en la estantería. Así tienen una ilusión.

-¿Tiene nombre, la sala? No sé, Sala de descanso, Sala de asueto…

-No tiene, pero tendrá. Le van a poner mi nombre, Sala Rosa Maria Ricart Olsina. Al parecer pondrán una placa en la puerta.

-Caray. Estará contenta.

-Mucho, me hace mucha ilusión.

-Pues no me extraña. Cuénteme. ¿Qué opina su papá de todo esto?

-Papá… Papá murió. No alcanzó a verlo. Muy duro eso.