«Yo, al igual que mi padre, bendigo cuando siembro»

Carles Zaragoza se declara el último payés de Santa Coloma de Gramenet. Un hombre amante de su oficio y de la tierra que le da sustento

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«Yo, al igual que mi padre, bendigo cuando siembro»_MEDIA_1 / ALBERT BERTRAN

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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«Santa Coloma fue siempre ciudad de payeses», suelta Carles Zaragoza, que se dice un superviviente: el último de la especie. «Quedábamos tres, pero uno murió y el otro plegó». Tenía 22 años cuando le dijo a su padre que se iba a trabajar por su cuenta; no le dijo que a aplicar lo que había aprendido de él, pero se entendía. Sus productos los vendió toda la vida en el exterior del mercado de Sagarra, donde se ponían los agricultores locales, hasta que hace unos años remodelaron el lugar y le dieron una parada adentro. Pero todo vuelve. Las paradas afuera también.

-Esto ha cambiado mucho, ¿no?

-Mucho. Conozco a muchos payeses que han tenido que dejar sus tierras. Muchos. Yo antes plantaba 15.000 lechugas al año y se vendían todas; hoy planto 5.000 y no se venden. Se ve en todas partes: si usted va por Mataró verá mucha tierra abandonada. Y además, el trabajo del agricultor no está valorado.

-¿A qué obedece?

-Bueno, no sé… Hoy en día dos personas se juntan y compran un piso y para mantenerlo tienen que trabajar ambos, así que ya nadie tiene tiempo para cocinar. Por lo tanto, se come mucha comida preparada. Yo considero que es una pérdida de calidad de vida.

-Exactamente lo que usted no hace, supongo.

-¿Yo? Yo todo lo que como es mío. Aparte de los cultivos tengo gallinas, conejos, pollos, patos... Tengo abejas y hago mi propia miel.

-Creo que ya nadie diría que Santa Coloma es ciudad de agricultores.

-No, ya nadie lo diría, pero lo era, lo era. Tanto llegó a serlo que hay una lechuga que lleva ese nombre, la lechuga Santa Coloma, y las fresas que se cultivaban aquí… Bueno, tenían fama de ser las mejores.

-Me decía que lo aprendió todo de su padre. O casi todo.

-Todo, todo lo aprendí de mi padre. Sabía mucho de la tierra: decía que había que acariciarla y respetarla. Era un artista. Muchas veces, en el campo, si tengo un problema, lo que me pregunto es qué haría mi padre en esa situación. Y claro: al igual que mi padre, bendigo cada vez que siembro.

-Una influencia determinante, ¿no?

-Él afirmaba que la tierra es una adicción, que es algo que se lleva en la sangre. Y tenía toda la razón. El hombre quería que me quedara a trabajar con él, pero, naturalmente, yo quería ser yo mismo. Me dijo: «Volverás en tres días», pero en el fondo no lo creía. Yo había ahorrado como 30.000 pesetas y con eso salí a buscarme la vida.

-¿Dónde? ¿Qué hizo?

-Empecé con un terreno en Montsolís, ¿conoce?, en Montgat. Plantando lo básico: tomates, judías, pimientos, lechugas.

-Aplicando lo aprendido.

-Fíjese, no solo tuve la suerte de tener al mejor maestro sino también a la mejor compañera posible, mi mujer, Carme Bonet, que es tercera generación de una familia de payeses y sabe mucho también. Me he rodeado de buena gente toda la vida.

-Cuénteme, ¿vuelve a tener un puesto fuera del mercado?

-Pues sí, este siempre había sido el mercado de la 'pagesia', todos los payeses tenían parada aquí y el ayuntamiento ha querido recuperar eso en el mercado de los sábados. Lo cual está muy bien, salvo que el único payés que queda en Santa Coloma soy yo.

-¿Qué cultiva el último payés de Santa Coloma?

-¿Qué cultivo? Pues de todo. Espinacas, habas, alcachofas, lechugas, coles, patatas, cebollas tiernas, cebollas secas, calçots…

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-No digo ninguna mentira si afirmo que es un payés muy orgulloso de serlo.

-Mucho. Hay que saber estimar lo que te da de comer. Esa es la clave, y es quizá lo más importante que aprendí de mi padre.