Gente corriente

«Estoy aquí gracias a la gente, no a los gobiernos»

De refugiado a ciudadano. Para Bakr Mahmoud, un joven sirio afincado en Mataró, ser parte activa de la sociedad de acogida es vital.

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«Estoy aquí gracias a la gente, no a los gobiernos»_MEDIA_1 / ANNA MAS

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GEMMA TRAMULLAS

En diciembre del 2015, Bakr Mahmoud huyó de Damasco y tras un periplo de siete meses llegó por su cuenta a Catalunya. Ha empezado a echar raíces en Mataró y tiene la tarjeta roja que le acredita como refugiado, pero no se siente cómodo bajo esta etiqueta que carga desde hace 23 años y ha decidido pasar a la acción. Aunque habla mejor inglés, insiste en hacer la entrevista en catalán.

-Su familia es de origen palestino. Mis abuelos se exiliaron en Siria hace 70 años. Mi madre y mi padre ya nacieron allí pero siguen teniendo el estatus de refugiados, como yo y mis hermanos, que están uno en Grecia y la otra en Alemania.

-Tres generaciones con la misma etiqueta. Yo seguía siendo un refugiado en Siria y luego en Turquía, en Grecia y ahora también en Catalunya. No quiero llevar esta etiqueta toda la vida, por eso intento cambiarlo.

-¿Cómo? Cuando la gente del país ve que estás haciendo cosas en lugar de quedarte esperando y pasar el tiempo, cambia la mirada hacia ti. Por eso hace cuatro meses empecé a estudiar catalán.

-Pues lo habla usted la mar de bien. También soy de la 'colla castellera' Capgrossos de Mataró. Formar parte de algo tan bonito me da una tranquilidad y una confianza en la vida que no sentía desde hace mucho tiempo; para mí es como una familia. Además doy charlas en escuelas y centros cívicos. Por fin me siento útil.

-Ha pasado casi año y medio desde que huyó de Damasco. Trabajé día y noche para reunir los 1.800 euros que pedían las mafias para llevarte hasta Turquía. Una vez allí ya no me quedaba dinero, pero a través de un contacto conseguí que me dejaran subir a una barca a cambio de pilotarla hasta Grecia. No tenía otra opción.

-Intentó hacer la travesía tres veces. No me gusta el mar... Estuvimos a punto de morir. La primera vez se rompió el motor a media travesía, en mitad de la noche. La gente temblaba de miedo y yo lloraba de impotencia. No podía hacer nada por ellos.

-Finalmente logró llegar a Grecia y estuvo cinco meses en el campo de Idomeni. El primer mes estaba muy angustiado y deprimido. Había dejado mi país, mi familia, mis estudios y había pagado una fortuna, todo para encontrar las fronteras cerradas y vivir en una tienda, pasando frío cada día, comiendo lo mismo, haciendo lo mismo, y con una policía brutal.

-¿Qué le ayudó a superar ese estado? Empecé a colaborar con voluntarios independientes, la mayoría catalanes, que montaron una escuela en Idomeni [el proyecto evolucionó y ahora se llama Open Cultural Center]. Si estoy aquí es gracias a la gente corriente, no a los gobiernos ni a las grandes oenegés; gente como Pep Ferrer y Sílvia Bofill, que me acogieron en su casa y nunca han dejado que me sintiera solo.

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-¿Participó en la gran manifestación de febrero bajo el lema Volem acollirSí, pero no ha cambiado nada. Soy el único refugiado en Mataró, el ayuntamiento lo sabe y no han hecho nada por mí. La administración quiere que lo hagamos todo de forma legal, pero cuando pedimos las cosas por los cauces oficiales la respuesta siempre es no y esto nos acaba abocando a la ilegalidad. Llevo ocho meses aquí y el trámite de los permisos es muy lento. No puedo hacer nada, ni estudiar, ni trabajar.

-Está decepcionado. Cuando salí de Siria pensaba que encontraría gobiernos mejor que el mío, pero me he dado cuenta de que todos son iguales. Les da igual si vivimos en una tienda en un campo de patatas o si estamos aquí.