LOS AFECTADOS

«Esto rebrota»

Fermín Royano se debate entre solicitar la invalidez o intentar llegar a jubilarse

«Los médicos no saben qué hacer con nosotros», denuncia

Cojera. Fermín Royano pasea por Valls.

Cojera. Fermín Royano pasea por Valls. / JOAN REVILLAS

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Privilegiado. Así es como se siente Fermín Royano, cántabro de 59 años afincado en Valls. Al fin y al cabo «solo es el pie derecho». Podría haber sido mucho peor, pero la polio tan solo le dejó una cojera «suave». De crío, recuerda, pudo jugar al fútbol y montar en bicicleta igual que los demás. De mayor, tampoco ha dejado de estar ocupado. Primero en un taller eléctrico, aprovechando su formación; más tarde, en una planta petroquímica de Tarragona; luego, durante 17 años, curtiendo pieles para zapatos en la capital del Alt Camp; y, desde hace poco, como conserje en una escuela de primaria.

A los 2 años de edad, la polio apareció en su vida. De repente, dejó de caminar debido a una pierna más flaca que la otra: «El pie derecho se iba encogiendo cada vez más y se ponía como una pezuña de caballo». Por eso los médicos optaron por fijarle el tobillo, cosa que no ha sabido hasta hace un año; sus padres murieron y nunca llegaron  a explicarle su propio historial médico. «La mayoría de la gente afectada que he conocido recuerda la hospitalización como algo horroroso; pero para mí son buenos recuerdos». Desde los 8 años, cuando lo ingresaron por primera vez, hasta los 14, cuando dejó atrás el Hospital Infantil Santa Clotilde de Santander, tuvo una rutina que incluía las lecciones de un maestro que daba clase a diario a los niños ingresados, alguna excursión, las visitas dominicales de la familia... «A pesar de todo, fui feliz en el hospital», rememora Fermín.

Negligencia

Las complicaciones llegaron hace unos años, cuando la pierna y la musculatura empezaron a fallarle. En el 2007, un problema de corazón le obligó a estar 10 meses de baja. Al volver del trabajo en la escuela empezó a sentirse diferente, se cansaba muy rápidamente, y lo atribuyó a que debía ponerse en forma. Pero no era solo falta de ejercicio. «Navegando por internet me encontré con la palabra pospolio y descubrí que, después de 40 años, esto vuelve a arrancar, rebrota», explica.

Al mediodía su cuerpo empezó a decirle basta. Ya no podía salir a caminar. Agrava su problema la indecisión de los médicos -«no saben qué hacer con nosotros»- y la de las administraciones: «Somos fruto de una negligencia del Estado, por lo que debería hacerse responsable», afirma, en referencia a que la suya es la última generación en España que no fue vacunada.

Fermín lleva cinco meses de baja por un cuadro coronario, no por el síndrome pospolio. Su intención es volver a trabajar en cuanto se recupere, pero su familia le pide que lo deje ya. «Después de 36 años cotizados, toda una vida trabajando, sería una pena que me quedase con una pensión reducida». Vive un momento de indecisión. Seguir seis años más o pelear por una invalidez. «La dictadura no actuó bien a la hora de vacunarnos, pero ¿qué ha hecho la democracia para paliar los efectos que aquello causó? Tampoco ha hecho nada», denuncia.

Minusvalía insuficiente

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En el 2002, le reconocieron una minusvalía del 33%, insuficiente para beneficiarse de la jubilación anticipada que establece el real decreto del 2009. Pese a todo, a Fermín no le queda otra que soportar la situación: «Sabemos que no hay tratamiento y que a la polio se la considera una enfermedad del pasado, así que hay que sobrellevarlo como sea». Por eso agradece la vida que ha tenido. «He tenido la suerte de rodearme de gente muy buena y nunca me he sentido diferente -concluye a la hora de hacer balance-. He sido un privilegiado dentro de los afectados por poliomielitis». Y ya saben: según Fermín, solo se trata del pie

derecho.