El radar

Opacidad municipal

Las denuncias vecinales son un clásico de las cartas; también la respuesta oficial

JOAN CAÑETE BAYLE

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Las denuncias municipales son un clásico de las cartas del lector. También lo son las respuestas que envían los sufridos gabinetes de prensa de los ayuntamientos. Resulta curiosa esta conversación entre Administración y administrados a través de las cartas. Un ciudadano denuncia que bajo el balcón de su casa hay un contenedor mal puesto que genera problemas de olores, por decir algo, y a los pocos días suele llegar la respuesta de turno. Muchas de las respuestas son positivas:  es decir, el ayuntamiento ha leído la queja, ha quitado el contenedor de la discordia y escribe para decir que así lo ha hecho. Otras veces son respuestas informativas: el ayuntamiento de turno informa de por qué no puede quitar el contenedor. Casi siempre, escribir la carta es el último recurso del ciudadano: recurre a publicar su queja harto de ser desviado de ventanilla en ventanilla cual pelota de pimpón. "Escribiré al diario explicando lo que me sucede" es un comentario habitual.

Y suele funcionar, lo cual por un lado refuerza el papel de la prensa como medio de denuncia, pero por el otro también prueba que lo de la sordera administrativa es una cuestión de volumen del altavoz: no es que no oigan y no reaccionen, sino que depende del ruido. Debería ser motivo para recapacitar cada carta que publicamos "en respuesta  a la queja de tal ciudadano" en la que una Administración, sobre todo municipal, afirma que se ha solucionado la queja que un vecino había publicado en una carta. ¿Para qué existen unos mecanismos de comunicación y de atención ciudadana si seguirlos no sirve para nada y es mucho más sencillo publicar una carta en un diario? ¿De verdad es motivo de orgullo admitir que esto es así? ¿O no es más que un ejemplo, otro, de la distancia entre administradores y administrados?

Cuando se trata de asuntos de convivencia vecinal ya da motivo para reflexionar si es así como deben solucionarse; cuando hablamos, por ejemplo,  de casos como listas de esperas eternas que de repente desaparecen porque se publica una carta es mucho más preocupante. En Entre Todos ha sucedido que varias operaciones largamente esperadas de repente se han desbloqueado al día siguiente de publicar la carta de denuncia. El paciente afortunado no puede establecer un vínculo directo (de repente se abrió un hueco en el quirófano) pero la acumulación de casos (y no solo sanitarios) resulta sospechosa. Como periódico ya nos va bien ser influyentes, pero no es publicando una carta como un ciudadano debería solucionar sus cuitas con la Administración.

Estamos en plena campaña de las municipales, y la (falta de) transparencia de los ayuntamientos no es uno de los temas en la agenda electoral, a pesar de que quién más quién menos todos los candidatos que concurren defienden "promover la participación ciudadana", así, en genérico, y "escuchar a la calle", como si fuera una especie de ciencia infusa. La participación ciudadana tiene muchas formas, afecta a muchos ámbitos y puede expresarse a través de muchos canales. Uno de ellos es dar cumplida respuesta a las quejas y reclamaciones. No se trata de darle la razón siempre al vecino, sino de que tenga la sensación no ya de que se le escucha, sino de que sirve de algo hacerse escuchar, de que se puede establecer un diálogo. Porque una de las normas de oro de la participación es que si se le pregunta algo al ciudadano o se le anima a hablar lo mínimo que puede hacerse es escucharle.

Resulta llamativa la importancia que las administraciones dan a las denuncias en formato de humildes cartas del lector. Tienen la fuerza de la denuncia en primera persona, del testimonio del ciudadano, del cabreo compartido con aquellos lectores que la leen. Por eso los gabinetes de comunicación se esmeran en replicarlas con otras cartas. Es otro ejemplo del calor que tiene la denuncia ciudadana.