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Daniela Coma:«El pasado es conciencia y ayuda a evolucionar»

Daniela Coma, vecina de Nou Barris, relata el historial de represión que ha marcado a su familia a lo largo de tres generaciones

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zentauroepp39510880 daniela coma contra contraportada170822175039 / RICARD FADRIQUE

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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En un estante del salón del piso del distrito de Nou Barris de Barcelona donde Daniela Coma Velasco (Corrèze, Francia, 1946) vive con su hija y dos nietas, hay unas zapatillas de ballet gastadas por el uso que pertenecieron a la mítica Maya Plisetskaya. Las zapatillas de punta hablan de la búsqueda del equilibrio que atraviesa la vida de estas tres generaciones de mujeres unidas por el amor a la danza y marcadas por un doloroso pasado.

–El primer represaliado fue su abuelo.

–Se llamaba Juan Velasco, era zapatero y poeta. Escribía en La Veu de Catalunya.

–Llegó a ser director y se lo llevaron preso en 1916 por reproducir un artículo de otra publicación antimonárquica.

–Después de aquello cayó enfermo y no duró ni un año. La familia perdió la zapatería de la ronda Sant Antoni y se quedó sin nada. 

–Su padre, Bonaventura Coma, también sufrió la represión.

–Militaba en Esquerra Republicana y era miembro del Cos de Seguretat de Governació. Él y mi madre se exiliaron a Francia en 1939 con mi hermana mayor, Atlántida, que tenía 2 años. Mi padre pasó por campos de trabajo y estuvo en los grupos de resistencia antifascista. Rechazó un puesto en el Govern de la Generalitat en el exilio en México y en 1950 emigramos a Argentina.

–¿Recuerda el viaje?

–Tenía 5 años y solo recuerdo unas olas gigantes que casi hunden el buque Provence. Tuvimos que empezar de cero, primero en un barrio en las afueras de Buenos Aires y luego como porteros en un barrio alto. Fue todo muy brusco, no tuvimos tiempo de crecer y estructurar una vida.

–Tras el golpe de Estado de marzo de 1976 comenzaron las desapariciones.

–Buenos Aires era un hervidero cultural y político. Yo estudié diez años en la Escuela de Danza de la Nación y bailaba a Lorca, a Miguel Hernández, a Machado… Mi hermana Atlántida andaba con gente de la universidad, pero aunque empezaba a haber un estado de alerta nunca pensé que vendrían por nosotros.

–Se llevaron a Atlántida, a su marido Roberto y a la hermana de este, Beatriz.

–Mi madre estaba en casa de mi hermana cuando se los llevaron: «Lo único que te pido es que cuides a las nenas, mamá», le dijo. Había que salir adelante por ellas. Mis dos sobrinas jamás faltaron al colegio y empezaron a estudiar danza. Alguien dijo que eso las mantendría conectadas con su alma, que las equilibraría a nivel espiritual. Mi hija y mis nietas también bailan.

–Sus familiares nunca más aparecieron.

–Con mi madre, que era una guerrera y nos consolaba a todos, recorrimos todo Buenos Aires buscándoles, pero con los años se fue perdiendo la esperanza. Yo me había quedado sin trabajo, porque la gente se apartaba por miedo. Entonces mi hermano falleció en una carrera y después a mi padre le dio un ataque al corazón. 

–Al morir su padre volvieron a Barcelona.

–Volver a Barcelona en 1989 fue para mí un volver a vivir. Económicamente fue muy duro, porque tuve que hacer de todo para sobrevivir, pero aquí me sentía en casa; lo sentía a nivel de piel, como si ya hubiera estado aquí antes. 

–En el 2012 declaró en uno de los juicios por las desapariciones.

–Un testigo coincidió con mi cuñado en el centro de detención de Campo de Mayo y solo el poder ubicarlos allí ya fue importante. En mi declaración dije que quería pensar en ellos como que ahora están bien, no quería seguir envolviéndoles con más negrura.

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–¿De alguna manera todo este dolor se transmite de generación en generación?

–No estoy siempre mirando atrás, pero esto forma parte de mí y, aunque mentalmente resuelva muchas cosas, hay una parte energética y emocional que se transmite. Para mí es importante integrar el pasado, porque es conciencia y ayuda a evolucionar. Por eso agradezco la entrevista, en nombre de los que están y de los que no están.