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No en su nombre

Cuatro musulmanes residentes en Catalunya rechazan el «fanatismo» del Estado Islámico

Entre Todos: El Islam no es violento ni fanático. / MÒNICA TUDELA / XAVIER GONZÁLEZ

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JOAN CAÑETE BAYLE / BARCELONA

Ehab Salah, palestino procedente de Gaza, camarero en un bar de Gràcia, de 27 años de edad, dijo: «En todas las casas hay un televisor, ¿no? Y somos gente del siglo XXI, lo normal es ver las noticias, informarte de lo que sucede en el mundo. Y un día ves por la tele a una persona vestida completamente de negro que le corta la cabeza a otra persona vestida de naranja, y te dices: 'esto no es normal'. Yo me pregunto por qué, por qué sucede algo así, por qué esa persona le corta la cabeza a la otra. Y luego otras personas que conozco, que no son musulmanas, me preguntan a mí por qué sucede algo así. Yo entonces les explico que eso no es el islam...». «Te pones a la defensiva», le interrumpió Fatiha al Mouali, marroquí de Tánger de 41 años, vecina de Montornès del Vallès, técnica de acogida del Ayuntamiento de Granollers. «Sí -respondió Ehab, que lleva cuatro años viviendo en Barcelona-, sí, yo soy normal, les digo, yo soy como tú, yo soy normal».

Ehab y Fatiha, cada uno con una biografía y unos orígenes muy distintos, coinciden en que son dos musulmanes del casi medio millón que residen en Catalunya, según cifras de la Unidad de Comunidades Islámicas de Catalunya. Los dos aceptaron la invitación de EL PERIÓDICO de sentarse en una mesa y hablar sobre el Estado Islámico (EI), el movimiento fundamentalista que se ha hecho con el control de amplias zonas de Siria e Irak, donde ha impuesto un reino del terror -secuestros, asesinatos, violaciones, ejecuciones- que amenaza con extender por todo Oriente Próximo.

Caldo de cultivo

También participaron en la conversación sobre el EI -sus razones, sus métodos, su relación con el islam, las consecuencias que tienen sus acciones en la vida cotidiana de musulmanes en Occidente como ellos- dos mujeres más: Huma Jamshed, 48 años, paquistaní, de Karachi, doctora en Químicas y presidenta de la Associació Cultural Educativa i Social Operativa de Dones Pakistaneses (Acesop), y Mozdalifa Elkheir, de 42 años, nacida en El Obeid (Sudán), licenciada en Psicología a punto de doctorarse.

Muchos argumentos, ideas e historias surgieron en la conversación, aunque por encima de todo hubo dos consensos (el EI no es el islam, no representa el islam y no puede hablarse del EI sin tener en cuenta las circunstancias políticas y económicas en las que surge), un lamento (a causa del EI, y antes Al Qaeda, debido a los prejuicios y a la ignorancia cultural, los musulmanes se encuentran, según su experiencia, permanentemente «a la defensiva», sobre todo los que viven en Occidente); y un aviso: la fatal atracción que el EI ejerce sobre muchos jóvenes musulmanes nacidos y educados en Occidente hace imperativo un esfuerzo en educación, formación, integración y empleo entre los colectivos de inmigrantes, duramente castigados por la crisis, para evitar la creación de un caldo de cultivo que convierta a miles de jóvenes en víctimas fáciles de la «manipulación» de movimientos radicales como el EI.

Locos fanáticos

Los consensos: «Se dicen musulmanes, pero lo que son es terroristas. Arruinan el país donde están, la religión y los valores. Juegan con la fe de la gente, son locos, fanáticos y terroristas, peor que los talibanes, que ya es decir», afirmó Huma. «El EI no es un grupo religioso, es un grupo político que dice hablar en nombre del islam, pero no es cierto -denunció Mozdalifa-. En el 2011, cuando empezó la guerra civil en Siria, nadie hablaba de él. Cuando mataba a civiles árabes, cuando destruía pueblos enteros, nadie hablaba de ellos. Ahora todo el mundo dice que está en contra de ellos, pero hace poco algunos de los países árabes que ahora están con EEUU les armaban y les financiaban, les daban apoyo directo e indirecto porque luchaban contra Bachar al Assad. Mataban a civiles, igual que ahora, pero a nadie parecía importarle». Más cauta, Fatiha apuntó hacia lo que ella llama los «interrogantes»: «quiénes son, quién está detrás de ellos, cómo han logrado las armas, el dinero. Es extraño que de un día para otro surja un grupo tan grande».

POBREZA «Como soy musulmán -dijo Ehab eligiendo con cuidado las palabras- no estoy a favor del EI ni de sus métodos. Son grupos muy cerrados, enfermos y fanáticos. Ahora bien, en Siria e Irak han surgido porque ha habido guerra y se ha generado un vacío de poder que ellos han aprovechado. Y quien ha llevado la guerra allí ha sido EEUU». Y añadió otra causa que explica su crecimiento y la rapidez con la que capta adeptos: «Si yo no trabajo, si no tengo qué comer, si no tengo nada, mi única salida es meterme en cualquier cosa que me dé de comer, que me ayude a sobrevivir. Eso hace el EI, cambia la mentalidad de la gente, sobre todo de los jóvenes, mira cómo nos trata el Gobierno, no tenemos derechos, no tenemos nada...»

Y no solo a los jóvenes que viven en Oriente Próximo: los expertos alertan de que el EI ejerce una atracción irresistible en muchos jóvenes musulmanes educados en Occidente. Hablando «como madre» pero también por la experiencia que le da su trabajo como técnica de acogida, Fatiha alertó de la situación: «Las señales están ahí para quien quiera verlas: ¿qué podemos esperar de un 80% de hijos de inmigrantes sin estudios? ¿Y sin trabajo? Señalados porque son inmigrantes, porque son musulmanes, sin esperanzas, constituyen un caldo de cultivo fácil de manipular».

Las tres mujeres, como madres (los hijos de Huma tienen 22 y 21 años; los de Mozdalifa, 11 y 9; los de Fatiha, 14, 13 y 11 años), describieron la presión que reciben los hijos de musulmanes en Occidente. De entrada, la situación socioeconómica: «Los emigrantes están en la escala más baja de la sociedad europea -afirmó Mozdalifa-.

Son los que más sufren el paro y el fracaso escolar. Las estadísticas dicen que en Europa hay más hijos de la segunda generación en la cárcel que en la universidad».

Vida moderna

A continuación, el entorno: «Sufrimos rumores, clichés, estereotipos, no somos ciudadanos en igualdad de condiciones, hay desconocimiento de la religión, desconocimiento cultural», dijo Huma, y añadió: «A nuestros hijos los amigos en la escuela, en la tele, en la calle les dicen que los musulmanes son terroristas, fanáticos y extremistas, y muchos de ellos se lo creen, pese a que, como es mi caso, han sido educados al mismo tiempo según los ritos islámicos y dentro de

una vida moderna de calidad».

Y el tercer nivel de presión, en palabras de Fatiha: «Los hijos que hemos educado aquí no tienen acceso directo a la cultura musulmana. Lo que saben del islam es lo poco que les transmiten los padres y lo que ven en los medios. Si la familia es gente sin formación, es previsible qué les van a decir; las mezquitas, ya sabemos cómo funcionan. ¿Cómo serán estos hijos de aquí a 10 o 15 años? Ya lo vemos en países europeos donde la inmigración llegó antes; muchos de ellos se han ido a Irak y Siria a combatir en las filas del EI».

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El resultado lo resumió Mozdalifa en una palabra: «confusión».

«Los niños crecen en la confusión, entre lo que ven en la tele, lo que les dicen en la escuela, lo que les cuentan sus amigos, en lo mucho o poco que aprenden en casa... Así es fácil manipularlos. Salvando las distancias, es como lo que sucede en los países árabes: es muy fácil convencer a un analfabeto de que la religión arreglará sus problemas». «No quiero imaginar a mi hijo de aquí a 10 o 15 años en televisión diciendo 'mamá, estoy defendiendo el islam no sé dónde'», dijo Fatiha. Y se le humedecieron los ojos solo de pensarlo.