Una denuncia ciudadana
Condena pionera a un colegio por acoso homófobo a un niño
La escuela, de Cerdanyola, deberá indemnizar con casi 51.000 euros a la familia
La directora matiza las agresiones y defiende la gestión que hizo del caso
El joven J. M. M.,en su domicilio de Cerdanyoladel Vallès, lasemana pasada. /
Primero fueron insultos («me llamaban marginado, maricón»), después los empujones y los golpes. El acoso de los compañeros de clase fue en aumento. Le atacaban y agredían por su condición de homosexual. Ni las excursiones y salidas fuera del colegio eran tranquilas para J. M. M. En una de ellas, le intentaron tirar de un vehículo en marcha y a la hora de comer quisieron meterle un palo por el ano. Dos cursos después, y sin que la escuela de Cerdanyola del Vallès donde estudiaba diera solución a las reiteradas quejas de su familia, un alumno colgó una foto suya en internet con amenazas. «Me hicieron la vida imposible. Me sentí humillado. Como una mierda. Me encerré en casa. Caí en una depresión y estuve a punto de suicidarme», asegura hoy J. M. M. La tortura que sufrió desde los 11 años y durante más de cuatro cursos ha quedado atrás.
El Juzgado de Primera Instancia número 2 de Cerdanyola dictó el pasado 26 de mayo una sentencia pionera en la que condena al colegio concertado Nuestra Señora de Montserrat de esta población a pagar a la familia del muchacho 50.770 euros, más los intereses, por no haber tomado las medidas de control y vigilancia necesarias para evitar el acoso escolar. El fallo es contundente: «Se puede afirmar que la situación vivida por el menor J. M. M. durante el periodo que cursó estudios en el centro Nuestra Señora de Montserrat se ajusta a los parámetros que se definen como acoso escolar». El menor estuvo 897 días en tratamiento por un trastorno adaptativo, con ansiedad y depresión.
La resolución, que ya ha sido recurrida por la escuela, argumenta que el colegio disponía de información suficiente que «podría haber permitido prevenir y corregir» los comportamientos de acoso que se produjeron desde septiembre del 2005 a enero del 2009. La juez expone que, de los informes emitidos por la directora de la escuela y el jefe de estudios, así como las testificales de tutores, «se hace patente la infravaloración significativa que desde el centro escolar se hizo de la situación de acoso sufrida por el menor».
La sentencia detalla que el colegio no hizo nada para ofrecer la «protección debida al menor» e hizo «caso omiso a las quejas que la madre». En definitiva, la situación por la que pasaba el niño fue «ignorada o minimizada», sostiene el juzgado. «El centro escolar no ha empleado la diligencia exigible en la prevención y para evitar el daño causado a J. M. M. en sus dependencias.
LA VERSIÓN DEL COLEGIO / Montse González, directora del colegio condenado a pagar la indemnización, se defiende de los reproches que le hace la jueza argumentando que «la sentencia presenta contradicciones e incoherencias». González, que afirma no haber tenido acceso a la resolución judicial hasta el pasado jueves, asegura que el caso de J. M. M. «se trató en tutorías individualizadas, en tutorías colectivas, con el psicólogo del colegio y con el equipo de asesoramiento psicopedagógico que ofrece Ensenyament. Y se pidió incluso la mediación de un inspector de la conselleria». «La verdad, no sé qué más se podía hacer...», comenta la docente, abatida por la sentencia.
Pero el relato del chico, que ya ha cumplido 19 años y se preparara para ingresar en la universidad, es rotundo. Al principio, le cuesta expresarse, pero, poco a poco, arranca el relato de aquellos años terribles. Es minucioso. No quiere dejarse nada. En el 2004, cuenta, entró en el colegio Nuestra Señora de Montserrat para cursar cuarto de primaria. Ese año todo fue bien, pero en quinto empezaron los problemas. «Tenía las orejas muy grandes y no paraban de tocármelas. Después, hubo empujones, golpes insultos. Me apartaban del grupo y me dejaban solo», recuerda.
«Todo se lo contaba a los profesores, pero no le daban importancia. Me decían: ignórales. Nada más», explica. Pero las vejaciones no cesaban. Curso tras curso. «Me humillaban y vejaban con golpes e insultos, Me escupían. Me rajaron la mochila. Y todo porque soy homosexual», insiste. En marzo del 2007, cuando ya cursaba sexto de primaria, se produjo el primer episodio grave. «En una excursión, mis compañeros me quisieron tirar de un jeep en marcha, mientras gritaban: 'Vamos a empujarle, vamos a empujarle. Maricón, maricón'», asegura. «Después de comer, tres de ellos me cogieron, me intentaron bajar los pantalones y meterme un palo. Salí corriendo».
HASTA LA PUERTA DE CASA / Los ataques traspasaron los muros del colegio. Los compañeros le perseguían por la calle hasta la puerta de su casa, tirándole piedras, poniéndole la zancadilla. En segundo curso de ESO, cuando tenía 15 años, hubo un nuevo y definitivo incidente: un alumno colgó una foto de J. M. M. en internet acompañada de amenazas de muerte y frases homófobas. Ese fue el punto de inflexión. La familia acudió a altas instancias y consiguieron un cambio del colegio. «Desde entonces soy feliz», dice el joven, aunque, con amargura, recuerda como la directora del centro «no hacía nada».
La responsable del colegio insiste, por su parte, en que sí se hizo. «En la excursión donde, según su versión, ocurrió el incidente del jeep, el alumno estuvo supervisado todo el día por una maestra, que no observó ninguna anomalía. Además... ¿usted cree que ese tipo de vehículos, que facilita la empresa organizadora de la actividad y en los que viajan niños cada día, se pueden abrir tan fácilmente desde dentro?», alega. En su opinión, el problema de J. M. M. es la sobreprotección que recibe de su madre. «El niño salía contento del colegio, pero, horas después, ya en casa y después de hablar con su madre, tenía que ir al ambulatorio con ataques de ansiedad. ¿Realmente era culpa del colegio?», prosigue.
Lo cierto es que el joven cayó en una fuerte depresión. «Tenía miedo a la gente», sigue recordando. Su madre, Consolación, le oye y se emociona. «Me quejé una y otra vez, pero yo dentro del colegio no podía hacer nada. Mi hijo llegaba a casa con golpes y en el colegio me decían que eran cosas de niños. El chico no dormía por la noche, me decía que tenía miedo y que se quería morir». A Consolación le dijeron que sobreprotegía a su hijo, pero ahora, una sentencia, le da la razón.
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