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"Escuchaba el fútbol mientras amasaban pan"

Cels Llorens, coleccionista de radios antiguas, atesora uno de los mayores conjuntos de Catalunya y sueña con abrir un pequeño museo

 Cels Llorens, entre algunas de las radios antiguas de su colección, en Capellades.

 Cels Llorens, entre algunas de las radios antiguas de su colección, en Capellades. / MARC VILA

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Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

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La colección de Cels Llorens Munné (Capellades, 1936) supera las 400 piezas. Y todo comenzó por una desilusión en la niñez. 

- Mi padre, que era zapatero, murió cuando yo tenía 14 años por una infección, porque entonces no había penicilina. Y yo, que estudiaba en los Escolapios de Igualada, tuve que plegar porque no había pempis.

 

- ¿Y las radios? ¿Cómo empezó el afán? Me obsesionaban, y en las casas no había. En el horno del pueblo me dejaban escuchar el fútbol mientras amasaban el pan.

Bonita escena. Me acuerdo de que estaban disputando la Copa Mundial en Brasil y me dejaban bajar para seguir los partidos. Jugaban Ramallets y toda aquella colla... Ya no queda ninguno.

- ¡Ramallets, el gato de Maracaná! Pues resulta que al lado de la panadería había una tienda de radios y, siempre que iba  por el pan, me quedaba pegado a los cristales. Un buen día, el dueño salió.

- Bronca al canto. "Ya estoy harto de que me ensucies el escaparate -me dijo-. Toma, llévate esta radio y que tu madre me pague 50 pesetas cada mes". La coloqué en el comedor ilusionado.

- Hasta que su madre la vio. No podía pagarla. Era mucho dinero, pero yo entonces no sabía calibrarlo. Fui a devolverla y el hombre me dijo: "Ya vendrás a comprarla cuando tengas dinero, pero no quiero que me ensucies los vidrios".

- Los sueños infantiles, ay. Se me quedó muy dentro aquella radio que tuve que devolver. Gracias a Dios, trabajando mucho pude hacer la colección.

- Lleva más de 50 años atesorándola. Muchos vecinos comenzaron a comprarse el televisor en los años 60 y, como sabían de mi dèria, me traían las radios viejas. Pero la mayoría son  compradas.

- ¿Y su esposa qué dice? Tuve la gran suerte de que, al final, a Maria Rosa le gustara; fue ella quien inventarió la colección. Hemos hecho varias exposiciones, y tengo muchas anécdotas.

- Cuente alguna, por favor. Una vez, se me acercó un señor y me aseguró que uno de los aparatos expuestos era suyo: "En el tiempo de los rojos - me dijo-,  me obligaron a llevarlo al Ayuntamiento, y  es este". Pero tanto si lo era como si no, yo lo había comprado en el mercado.

- Ya. Me han pasado muchas cosas. Un día estaba trabajando en la fábrica y la secretaria me avisó de que un señor preguntaba por mí. Decía venir de parte de Luis del Olmo.

- ¡Otro gran coleccionista de radios! Quería que, de parte del locutor, le diera dos aparatos. No me fié; era un impostor.

- ¿No las vendería? No. Tendría que consultarlo con mis hijos. El día que yo falte, me gustaría que hicieran un pequeño museo en el pueblo.

- De las 400 radios, ¿funciona alguna? Cada vez menos. Se van requemando los cables y cuesta mucho encontrar recambios. Además, son de 125. A veces me llegaban podridas de haber estado en el celler.

 

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- ¿Las más antigua? Una Philips de 1927, bastante fea porque parece una caja de muertos. A veces, me las piden para obras de teatro y rodajes. También colecciono otras cosas, eh, porque trabajé toda la vida en la fábrica Smoking.

- La del papel de fumar. Exacto. Guardo un ejemplar de cada librillo que fabricábamos y  la colección llega al millar. Algunos tienen un siglo.