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Tamara Precek:«Cayó nuestro mundo y busqué otros pilares»

Tamara Precek, traductora políglota, música y cantante en yidis, la lengua franca que hablaban los judíos del este de Europa

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Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

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Hija de padre checo y madre húngara, Tamara Precek (Praga, 1977) habla siete idiomas y conoce al menos tres lenguas muertas, el hebreo bíblico, el acadio y el arameo. Estudió Filología Hebrea e Hispánica, pero su espíritu es sobre todo musical. Vive en El Prat, en una casa pairal, con su esposo, Joan, sus cuatro hijas y los abuelos.

–¿Había tradición musical en su casa?

–Mucha.  Aunque mis padres son ingenieros los dos, me incitaron siempre hacia el mundo del arte. Mi abuela paterna tocaba el piano e insistía mucho en que sus siete nietos cantásemos juntos en las reuniones familiares y estudiáramos algún instrumento.

–Usted empezó con el acordeón.

–Hice 13 años y luego añadí el piano. Además, cantaba en muchas corales y conjuntos de música klezmer, la música de los judíos del este de Europa,  sobre todo a partir de los 12 años, cuando descubrí que era judía.

–¿No lo supo hasta entonces?

–No. En mi casa no se celebraban los ritos judíos; mi madre ya no fue criada como tal.

–¿Por miedo?

–Puede ser; no era una cuestión de la que se hablara. Mi bisabuelo materno entró en el gueto de Budapest, y no sé cómo pudo sobrevivir a la guerra. Su esposa, que no era judía, mantuvo oculta a su hija, mi abuela, durante meses y meses, tapada con mantas encima para que no la vieran los vecinos.

–Qué angustia.

–Durante el día tejía jerséis bajo las mantas y luego mi bisabuela iba a venderlos. 

–¿A qué campo llevaron al bisabuelo?

–No lo sé; ni mi madre ni yo llegamos a conocerlo. Murió enseguida de regresar, en 1947, y la abuela no quería hablar de lo sucedido durante el nazismo y la guerra.

–Y habían llegado los soviéticos.

–Claro, y para tener un poco de futuro, los judíos preferían olvidarse de que lo eran. Todo el mundo se hizo comunista porque, al menos, les daban una esperanza.

–Pero usted siguió preguntándose.

–A partir de la caída del muro de Berlín, en 1989, todo comenzó a abrirse. En Praga, donde vivíamos, teníamos amistad con una familia húngara y, como ellos sí tenían conciencia judía, empezamos a acompañarlos a los ritos de la comunidad. 

–Y le fascinó.

–Mucho. Todo iba sobre el carril durante el comunismo, pero cuando se desmoronó nuestro mundo supongo que necesité buscar otros pilares que sustentaran mi vida emocional... No he dejado de investigar desde entonces y, de unos años a esta parte, percibo que está retomando mucha fuerza la tradición musical yidis.  

–¿Puede explicar qué es?

–El yidis era la lengua franca que hablaban los judíos desde Rusia hasta Holanda. Salió del alemán medieval e incorporó términos hebreos y eslavos, un poco de cada sitio. La mayoría de sus hablantes acabaron en Auschwitz.

–¿Cómo recopila el repertorio? 

–Investigo mucho en internet, busco versiones y comparo; he podido hacerlo porque paso mucho tiempo en casa. Durante 10 años estuve cantando con Rosa Zaragoza, pero ahora que las nenas ya están un poco más criadas quiero recuperar mi carrera musical.

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–Está en ello.

–Poco a poco voy montando el Yiddish Swing Project. Mi gran ilusión es cantar swing en yidis, que tuvo mucha aceptación en su momento. Los músicos judíos de los años 20 y 30 tocaban música de cabaret... ¿Le suena la canción Bei mir bistu shein, que popularizaron luego las Andrew Sisters? ¡Pues toda Europa la bailaba! Sería una lástima que se perdiera ese acervo.