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"Intento escribir poesía con la luz; busco belleza"

Carma Ollé es una fotógrafa casi invidente a la que una degeneración macular no le impide rastrear su verdad desde las sombras

Carme Ollé, fotógrafa casi invidente.

Carme Ollé, fotógrafa casi invidente. / CARLOS MONTANYES

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Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

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Sus preciosos ojos azules, con apenas un 10% de visión, perciben el resplandor entre perfiles difuminados, pero nada enturbia el entusiasmo por la fotografía de Carme Ollé Coderch (Barcelona, 1950), con más de 200 exposiciones en su haber. Tiene obra permanente en el Museo Tiflológico de la ONCE, que ahora celebra su 25º aniversario.

-Pasaba largos veranos en la casa familiar de Vallvidrera, donde tenía un contacto muy íntimo con la tierra. El cambio de las estaciones me entusiasmaba de pequeña, y justo el año en que cumplí los 12, los Reyes me trajeron una cámara Agfa, de las de fuelle. 

-La naturaleza, siempre. Es muy importante para mí. Me di cuenta durante un viaje a Islandia en tiendas de campaña que había organizado con el Centre Excursionista de Catalunya. Aquella inmensidad, la tierra, el hielo, los campos de lava… ¡Me sentí un granito de arena en medio del universo!

-Una vocación muy temprana la suya. A los 16 años ya estaba trabajando en un laboratorio de fotos, en Casa Sàbat, que estaba en la calle Fontanella. Ya no existe.  

   -¿Trabajaba en el cuarto oscuro? 

Tanto en el mostrador, como en el laboratorio con la ampliadora y los líquidos, revelando fotos en blanco y negro de bodas, comuniones, la Palma, vacaciones… Hasta que tuve que dejarlo. También, de conducir.

-¿Cuándo comenzaron los problemas? A los 42 años, me di cuenta de que no enfocaba bien y los contornos se me deformaban; muchas tareas las hacía por intuición. Fui al médico y me dijo: "Lo siento, pero no puedo cambiarte las ventanas".

-¿Diagnóstico? Una mácula de Fuchs y una alteración coriorretiniana.

-Un mazazo. -Una etapa difícil, sí. La música me ayudó a no venirme abajo y sobre todo el apoyo de mis padres y de mi hermano.  Había hecho mucha montaña, pero acabé por recluirme en casa poco a poco. Un día, mi profesor de alemán me dijo: «Eres como una olla exprés: si te quito la válvula, explotarás».

 

-Él la animó a acudir a la ONCE. Sí. Aquí me han ayudado mucho. Lo primero que hicieron fue preguntarme por qué hablaba de la fotografía en pasado.

- Había guardado la cámara en el altillo. Hasta que, en el año 2002, cuando el Museo Tiflológico preparaba un concurso por su décimo aniversario, mi hermano Alfons me dio un ultimátum: "O te presentas o ya no te acompaño más a pasear".

-Y la seleccionaron. Pero lo más importante fue darme cuenta de lo que eran capaces de hacer los artistas ciegos. «Entonces —me dije—, con un resto de visión, yo podría…». Aquello fue el detonante para retomar mi pasión.

-¿Cómo lo hace? Me pasé a la digital, y ahora enfoco en modo automático. Conocer la técnica y mi bagaje, ayudan. A veces, me he pasado toda una tarde esperando a que la luz pase exactamente por entre las ramas de un árbol o a que se ponga el sol detrás de la montaña.

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-¿Pero lo ve? Con nitidez, no; me fio de la intuición. He pasado de fotografiar en plan máquina, como quien fabrica tornillos, a desarrollar mi sentido artístico.

-Entiendo. Intento escribir poesía con la luz, buscar la belleza, transmitir alegría, expresar lo que en ese momento me dicta el corazón. Ahora estoy trabajando con los reflejos en el agua; en los canales de Venecia, en un charco, en un jardín... Me fascinan. Estimulan la imaginación.