Batería antiaérea: Fuego en el aire, barracas en el suelo

Más allá de las hermosas vistas, el Turó de la Rovira guarda en su cima un tesoro imprescindible para explicar la historia y evolución de Barcelona durante la Guerra Civil y la posguerra

Unos jóvenes contemplan las vistas de Barcelona desde una zona de acceso restringido de la antigua batería del Carmel.

Unos jóvenes contemplan las vistas de Barcelona desde una zona de acceso restringido de la antigua batería del Carmel. / INMA SANTOS

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Inma Santos
Inma Santos

Periodista

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“Increíble, estoy impresionada, me lo habían dicho, pero ver para creer”. En el punto más alto del Turó de la Rovira, en Horta-Guinardó, a 262 metros de altura y con una visión panorámica de 360 grados, Stefania Bordoni, de 32 años, italiana, admira boquiabierta la espectacular vista de Barcelona a sus pies. Es la primera vez que sube, aunque lleva tres años afincada en la ciudad. Como muchos de los visitantes, ignora que más allá de las incomparables vistas, este balcón de Barcelona es “un espacio clave no solo para explicar desde una perspectiva urbana el impacto de la Guerra Civil, sino también el fenómeno del barraquismo en la posguerra barcelonesa”, explica Joan Roca, director del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA)Museu d’Història de Barcelona (MUHBA .

“Lo he conocido por internet: lo recomiendan como un lugar singular por sus vistas fuera de los circuitos habituales”, dice Stefania. No lo sabe, pero está apoyada en la barandilla de seguridad que rodea el que hoy es el mejor balcón de la ciudad y lo que durante la guerra civil fue el tejado del pabellón de la tropa. El segundo de los edificios que junto al pabellón de oficiales y el puesto de mando se pueden visitar gratis desde que, en abril del 2015, hace ahora un año, el MUHBA terminó las tareas de rehabilitación y museización.

Entre la Guerra Civil y el chavolismo

El pabellón de la tropa  también explica las dos historias del edificio a través de la exposición permanente Barcelona al límite, la defensa antiaérea y el barraquismo,  que se completa con otros dos audiovisuales, uno sobre la ciudad bombardeada y otro con el testimonio de una mujer que vivió en ese espacio y explica su experiencia.

Barcelona tuvo el cruel honor de experimentar por primera vez los bombardeos masivos sobre la población, lo que obligó a la ciudad a defenderse tanto de forma pasiva (refugios, principalmente) como activa. Y en esta última, radica la importancia de la batería antiaérea. En ese mismo lugar, en el punto más alto del Turó de la Rovira, cuatro cañones Vickers de 105 milímetros instalados en las cuatro plataformas de tiro de las que ahora solo quedan los restos, dispararon al aire en un intento de proteger o, como mínimo, disuadir de los ataques de los aviones fascistas que llegaban desde Mallorca para bombardear Barcelona. Y así lo hicieron hasta que entre el 25 y el 26 de enero de 1939, el ejército republicano se retiró. Aquel último día, uno de los cañones acertó y tocó la cola de uno de los aviones enemigos, que pese al impacto pudo aterrizar sin problemas. La batería cayó en el más absoluto desuso en 1939. Aunque solo durante unos años.

A solo unos metros de Stefanía, Jean Pierre y Paul Goncourt, padre e hijo, de Lyon, no pueden dejar de hacerse fotos con el móvil. En todas, Barcelona de fondo. Si por un momento, en lugar de enfocar al paisaje, bajaran la vista, descubrirían bajo sus pies restos de estructuras con baldosas de colores y azulejos cubriendo el de los restos de esas instalaciones militares que pisan sin saberlo, porque aún no se han parado a leer los plafones informativos instalados por el MUHBA en cuatro idiomas. “¿Restos de un núcleo barraquista?” Ni idea… Jean Pierre saca de la bolsa una guía, la hojea hasta dar con lo que busca y señala: allí está, página 111, una imagen de las vistas de la ciudad desde el mismo lugar en el que hasta hace unos minutos, él y su hijo posaban.

Posiblemente se irán sin saber que, a partir de los años 50, en pleno alud migratorio y ante la falta de viviendas, los recién llegados a la ciudad desde diferentes puntos de España, en busca de oportunidades, trabajo y ávidos de promesas de una vida mejor, aprovecharon hasta el último metro cuadrado llano que ofrecía la montaña para crear un hogar. Las plataformas de tiro, los polvorines, la comandancia y todos los elementos en desuso de la antigua batería no tardaron mucho en ser reutilizados para crear un improvisado barrio: el barrio de los Cañones, uno de los más combativos núcleos de chabolas de la ciudad, germen del movimiento vecinal barcelonés

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Sobre la misma reja de seguridad sobre la que se apoya Stefania, una mujer morena lo hacía el día de la inauguración tras la primera fase de rehabilitación, la arqueológica, inaugurada en marzo del 2011. “Esta era mi casa. Allí estaba el comedor y la cocina y, abajo, las habitaciones”, recordaba Pilar Funes dibujando con el dedo índice sobre el terreno. Ella nació en las barracas y vivió allí hasta 1984. “No teníamos ni para comer. Mi padre, muchas noches, nos hacía poner la mesa y, cuando todo estaba a punto, cogía una baraja de cartas y decía: ‘venga va, a cenar”. Y nos poníamos todos a jugar. Así matábamos el hambre”.

Hoy, el eco de los bombardeos durante durante la Guerra Civil se mezclan con las reivindicaciones del barrio de Los Cañones, que organizados desde 1972 en la Asociación de Vecinos del Carmel, también llevaron a cabo su propia guerra: la lucha por unas condiciones de realojamiento dignas hasta el desalojo y derribo total del barrio en 1991, justo antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Sobre el puente de mando, dos adolescentes observan el perfil de la ciudad: “Sabías que aquí se rodaron algunas escenas de la peli ‘A tres metros sobre el cielo’, de Mario Casas y María Valverde?”, dice uno. “Sí, y también uno de los anuncios de Pepsi”, responde el otro. Historias de un pasado lejano, de otro no tan lejano y del presente se asoman desde aquí al balcón de la ciudad.