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"Me apasiona lo mágico pero yo no creo nada"

A Carme Campoy, Fisioterapeuta del Año, su experiencia en África le ha revelado secretos de los sanadores tradicionales negros

Carme Campoy, Fisioterapeuta del Año, ha aprendido en Gambia técnicas médicas tradicionales.

Carme Campoy, Fisioterapeuta del Año, ha aprendido en Gambia técnicas médicas tradicionales. / ÁLVARO MONGE

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Carme Campoy (Premià de Mar, 1969) se planteó hace muchos años qué haría si de pronto alguien le diera mucho dinero: «Me iría a un país en vías de desarrollo y daría ese dinero para poder trabajar allí; luego iría a otro y a otro», pensó. El dinero nunca llegó, pero la vida la ha llevado a hacer realidad aquel deseo. Elegida por sus compañeros de profesión como Fisioterapeuta del Año, acaba de llegar de Gambia.

- Entre sus muchos títulos, el primero es el de fisioterapeuta. Desde niña hice atletismo y estaba en la selección catalana de marcha atlética. Pero acabé priorizando los estudios y me incliné por la fisioterapia. No me interesaba la parte deportiva, sino su dimensión más humana.

- ¿Ya no volvió a competir? Volví a la competición a los 35 años. Hacía carreras de 100 y 200 kilómetros pero corriendo la Ultra Trail del Montblanc sentí que me estaba jugando la salud. Lo dejé un tiempo, pero me sentía enjaulada. Si no hacía algo que me hiciera mucha ilusión me iba a volver loca. Así fue como empecé a estudiar antropología con 40 años y después un máster en cooperación internacional.

- ¿Cuándo inicia su aventura africana? En 2011 viajé con la oenegé Alpicat Solidari a Baja Kunda, en Gambia. Allí me di cuenta de que había mucha demanda de fisioterapeutas, pero en todo el país solo había tres.

- ¡Tres para una población de dos millones! Pues ahora solo quedan dos... Pensé que sería interesante crear una licenciatura en Fisioterapia en la universidad de Gambia y así nació el proyecto Fisiàfrica. Los alumnos que ahora están en cuarto de carrera vendrán a hacer prácticas a la Universitat de Lleida, donde soy profesora asociada. 

- ¿En África enseña o aprende? Fui aprendiz de un fisioterapeuta tradicional, Moussa Niare, en Mali. Él y Brehima Gindó han sido mis maestros. Las técnicas más modernas que yo puedo aportar no son tan distintas de las que ellos ya emplean y que han pasado de padres a hijos durante siglos. En el caso del tratamiento de fracturas, hay cosas que hacen mejor que nosotros y que los hospitales.

- Ha estudiado los distintos sistemas médicos que conviven en  esta zona de África. El sistema tradicional coexiste con el islámico y el biomédico, que es el nuestro. El fisioterapeuta tradicional hace manipulaciones y masajes, como nosotros, pero también usa hechizos y palabras mágicas de lo que llaman el secreto negro.

- ¿Usted conoce esos hechizos? El secreto negro no se puede revelar, pero conozco muchos hechizos. Dicen que podría ser una gran fetichier, pero mi problema es que no creo nada. Me apasiona la dimensión mágica pero mi mente es racional. Lo vivo como una limitación porque no soy capaz de ver cosas que ellos ven.

- ¿Ha comprobado que allí estas prácticas contribuyan a recuperar la salud? Claro. La magia solo funciona si la persona a la que va destinada se la cree; es indisociable de la mente y la emoción. Ellos atribuyen las heridas de larga duración a la brujería y para curarlas usan el polvo del fruto del cañacoro mezclado con huesecillos que se encuentran en los muros de adobe. He visto curarse todas las heridas.

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- Coordina el servicio de rehabilitación de GSS en la región sanitaria de Lleida. ¿Qué puede aplicar de su experiencia africana?

–Aquí entendemos la enfermedad como algo físico, pero allí tienen una visión multidimensional del individuo y para ellos un problema físico es la traducción de algo más, de un desorden social. En Lleida también estoy en la unidad de fibromialgia y con estos pacientes constato el problema que tenemos los sanitarios de ser incapaces y de resistirnos a ver a la persona enferma en todas sus dimensiones. H