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Amin Khan: «Cuando veo que algo está mal, no puedo callarme»

En el 2008 tuvo que huir de Afganistán para salvar la vida. Ahora tiene su propia tienda de ropa en Gràcia.

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zentauroepp40500930 barcelona 11 10 2017 contra amin khan s un refugiat afga171017172720 / FERRAN SENDRA

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Khog (pronunciado 'jog') significa «dulce» en lengua pastún. Amin Khan (Afganistán, 1982) eligió este nombre para la tienda de vestidos de novia y de fiesta que abrió en mayo pasado en el número 118 de la Travessera de Gràcia. Él mismo hace los diseños, corta, cose y plancha. En un tono de voz agradablemente bajo y sosegado, este hombre de espíritu emprendedor e independiente describe el largo camino que le trajo desde una ciudad de Afganistán hasta Barcelona.

–¿Cómo era el país de su juventud?

–Nací en Zormat, una ciudad de 60.000 habitantes. Mi padre trabajaba con una máquina excavadora y tenía tierras que alquilaba para cultivar. Tengo tres hermanas y un hermano y solía jugar mucho en la calle, sobre todo a críquet. Era una vida tranquila, mientras no hablaras de política.  

–Usted era sastre.

–Durante seis años tuve una tienda de vestidos para hombre, pero como dicen en Asia la sastrería da mucho trabajo y muy poco beneficio. Cuando me cansé, empecé a comerciar con tejidos que compraba en Pakistán.  

–¿Por qué tuvo que abandonar su país?

–Vivíamos cerca de una arboleda desde donde los talibanes lanzaban ataques. Los militares respondían desde el otro lado y nosotros estábamos en medio. Siempre había muertos. Fui a hablar con la policía para que dejaran de disparar sobre nosotros y a cambio me propusieron que les avisara de los movimientos de los talibanes.

–Era un paso muy arriesgado.

–Sabía que era peligroso, por eso no se lo dije a nadie. Pero algún policía se chivó. Una mañana salí de casa y los talibanes me estaban esperando. Me dispararon y logré escapar, pero todo el pueblo se enteró. Mi madre no paraba de llorar. Decía que había cometido un error y que tenía que irme del país.

–¿Por qué eligió venir a Barcelona?

–Fui a ver a alguien que se dedica a mandar personas al extranjero y le dije que quería ir a Europa. «¿Pero dónde de Europa?», me preguntó. ¡Yo no sabía que en Europa había distintos países! Entonces alguien que pasaba por allí mencionó Barcelona.

–¿Así fue? ¿Por puro azar?

–Sí, yo no sabía dónde estaba Barcelona, pero el nombre me gustó. Al cabo de tres meses, después de un viaje en avión y furgoneta me dejaron en la plaza de la Universitat.

 

–¿Cómo fueron los primeros días aquí?

–Estaba solo y dormí dos noches en la plaza de Catalunya. Una mañana vi a un paquistaní y le conté mi historia. Me dijo que con los problemas que había tenido en mi país podía pedir asilo y me llevó a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado.

–¿Por qué no pidió asilo desde el inicio?

–¡Porque no tenía ni idea de que existiera! Finalmente me concedieron la protección subsidiaria [que se otorga a las personas que podrían sufrir daños graves si volvieran a su país] y fui a vivir a Sabadell. La gente me ayudó mucho. Cuando preguntaba en la calle por alguna dirección me veían tan perdido que terminaban acompañándome a todas partes.

–Pronto pudo volver a dedicarse al textil.

–Hice un curso en una escuela de moda y durante seis años trabajé para la empresa Santos Costura. Estaba muy contento allí, pero me gusta hacer las cosas a mi manera, y en mayo pasado abrí mi propio negocio en el barrio de Gràcia.

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–Después de lo que ha pasado, ¿volvería a aceptar aquella propuesta de la policía?

–Cuando veo que algo está mal, no puedo callarme, y eso siempre me trae problemas; soy así. La gente en Afganistán tiene mucho miedo y es normal, pero la vida puede acabarse en cualquier momento y no solo porque te maten los talibanes. Los afganos  –sean pastunes, tayikos o hazara– tienen que rebelarse, estudiar y dejar de creer todo lo que les cuentan los imanes.