Análisis

Que 12 años no es nada

IÑAKI GONZÁLEZ

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E uskadi se despierta hoy con algunas lecciones aprendidas. Lecciones que van más allá del previsible castigo al PSE que anticipaban las encuestas por el arrastre de la marea de decepcionados con la gestión de la crisis económica tanto en Madrid como en Vitoria o de la confirmación del PNV como primera fuerza política de la comunidad autónoma merced al respaldo incontestable que mantiene en Vizcaya. Son lecciones sobre el peso de la abstención y la firmeza militante. APatxi Lópezle preocupaba hace unos días que su electorado no se movilizara en absoluto, y aIñigo Urkullu,que no lo hiciera suficientemente. Ambos parecían tener claro que quien no iba a faltar a esta cita, 12 años después de que acudiera por última vez, sería el voto fiel de la izquierda aberzale con otro proyecto de amplio espectro que quiere tener reminiscencias de aquella Euskal Herritarrok (EH) que ya en las municipales de 1999 fue segunda fuerza política en la comunidad autónoma vasca.

Era difícil no prever que el bloque sociopolítico que acompañó después a Batasuna igualmente a la abstención que en el voto nulo se activaría masivamente para Bildu en la primera ocasión en 12 años de participar sin trabas. Subido a la ola de la euforia, deberá tocar suelo como antes lo hizo el propio proyecto de EH. Su reto también empieza hoy, porque tiene mimbres para afrontar en el medio y largo plazo la consolidación y el crecimiento de esa acumulación de fuerzas de izquierda independentista, pero también puede sucumbir al peso inequívoco de su núcleo duro, ese que no ha sido nunca de Eusko Alkartasuna (EA) ni de la escisión de IU (Alternatiba).

El panorama político que sale de las urnas en Euskadi habla de una concentración de voto en torno a cuatro opciones que se ha llevado por delante la representación de los partidos minoritarios. La meritoria labor de Ezker Batua (IU-EB) y de Aralar no tiene espacio hoy porque, sencillamente, la acumulación de siglas en torno al espectro político de izquierda y nacionalista era excesiva. Habla también de la obligación de buscarse y reconocerse todas las fuerzas políticas. Ningún modelo de acuerdo que implique a dos fuerzas, y es algo que será necesario al menos tácitamente para gobernar cada uno de los territorios, sirve para trasladarse a los otros dos.

En definitiva, Euskadi vuelve a retratarse empecinada en su propia realidad. La distorsión propiciada durante la última década por la ilegalización política de un sector concreto y por la propia inmadurez de este ha terminado. Cualquier conclusión ajena a esta realidad está condenada a no aportar soluciones reales ni en materia de desarrollo socioeconómico ni en términos de normalización y pacificación. Y en este último apartado deberá Bildu tener una responsabilidad hasta ahora tácita pero que ahora deberá ejercerse desde el peso de su presencia institucional.