último día de campaña

La 'senyera' y el palé

RAFAEL TAPOUNET

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Hace cuatro años, Artur Mas dedicó la mañana del último día de campaña electoral a visitar el monasterio de Santa Maria de Ripoll,

cuna espiritual de Catalunya. Allí se hizo retratar en pose contemplativa ante los restos de Guifré el Pilós (el hombre que fundó la dinastía nacional tras anexionarse condados a base de mandobles) y declamó un sentido texto en el que proclamaba de modo solemne su «compromiso personal y político con la nación catalana». Luego, las urnas, es sabido, no le dejaron gobernar. Pero aquel gesto de serena apelación a la esencia primitiva de la patria justo antes de confrontar la voluntad popular debió de parecerle una buena idea, porque ayer lo volvió a repetir. Esta vez cambió Santa Maria de Ripoll por Sant Benet del Bages, otro monasterio benedictino de la época en que los condados catalanes cortaban los lazos con el imperio carolingio. Sant Benet, consagrado en el año 972, fue lugar de peregrinaje de los intelectuales de la Renaixença, despertó el interés de los modernistas -la familia de Ramon Casas instaló allí su residencia de veraneo- y hoy acoge un centro de investigación gastronómica auspiciado por Ferran Adrià; es, por tanto, un símbolo imbatible de una cierta idea de continuidad, de persistencia, la fuente de una tradición cultural en la que confluyen el románico primitivo, la Oda a la pàtria y el aire helado de parmesano con muesli.

Mas se plantó ayer a las puertas del milenario monasterio con sus nueve senyeres para leer una «declaración institucional» en la que se comprometió a mantener viva la «llama de la catalanidad» y reclamó para sí la herencia de la rauxa modernista, de la Mancomunitat de Enric Prat de la Riba, de la República Catalana de Francesc Macià y del peix al cove de Jordi Pujol. No es poco legado para una sola persona.

EL PALÉ / Para entonces, hacía varias horas que José Montilla había empezado una maratoniana jornada de mítines relámpago, el primero de los cuales tuvo lugar antes del alba, a las siete de la mañana, a las puertas de la fábrica de Seat en la Zona Franca de Barcelona. Hacía un frío intenso y Montilla, subido a un palé rojo y sin corbata, arengaba micrófono en mano a medio centenar de trabajadores recordándoles que el voto es el único patrimonio del obrero.

El vivo contraste entre una y otra imagen sirve como ejemplar resumen de la campaña que acabó ayer a medianoche. Con una acotación tal vez necesaria para un extraterrestre: el (aún) presidente de la Generalitat no era el hombre de las senyeres, la abadía medieval y la llama patriótica sino el señor del palé.

ANTICIPACIÓN / Sabiéndose favorito, Artur Mas se ha conducido durante estos 15 días como un presidente in péctore; en su condición de tal, ha rehuido siempre el cuerpo a cuerpo con los otros candidatos, a los que ha tratado con aristocrática indiferencia, y ha evitado en la medida de lo posible hablar de compromisos concretos. El largo discurso con el que cerró anoche el mitin final de campaña en un Palau Sant Jordi abarrotado fue modélico en este sentido: el candidato de CiU no habló de ninguno de sus rivales y no enseñó ni una sola propuesta (ni siquiera mencionó el concierto económico, la promesa estrella con la que concurrió a los comicios). En lugar de eso, dio por acabada la travesía del desierto y agradeció el apoyo de quienes han estado a su lado en estos siete años de infortunio. Viéndole ya coronado, Jordi Pujol y Josep Antoni Duran Lleida le rindieron pleitesía y se pusieron a su servicio mientras en la grada la hinchada estallaba de entusiasmo anticipado.

Montilla, en cambio, ha estado más cómodo en la corta distancia del palé, hablando a unas decenas de personas, que en la vastedad de un polideportivo. Ayer lo volvió a demostrar en un blitzkrieg rojo que puso a prueba su resistencia física. Cuatro mítines relámpago protagonizó el candidato socialista antes de rematar la jornada en la sala 2 de la discoteca Razzmatazz.

Las juventudes de su partido lo retrataron al inicio de la campaña como un superhéroe de la cotidianidad. El «increíble hombre normal», dijeron. Pero en los grandes actos, Montilla, más Clark Kent que hombre de acero, ha buscado casi siempre el refugio de la sombra que le brindaban los miembros del Gobierno central llegados para respaldar su candidatura. Ante la dificultad dialéctica que entrañaba reivindicar la obra de un triunvirato que él mismo se ha comprometido a no reeditar, ha optado por centrar sus intervenciones en alertar del riesgo que puede suponer el triunfo de CiU para las conquistas sociales obtenidas en los últimos siete años. Y ha acabado presentándose como el dique que ha de frenar «el tsunami neoliberal que recorre Europa». Mucho reto para un hombre normal.

En una pirueta del destino, mientras Montilla saca del trastero el discurso de la lucha de clases y reclama el voto de los trabajadores para «hacer frente a los poderosos», el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, exonerado de sus deberes de campaña, se reúne hoy con los responsables de 38 grandes empresas españolas para pedirles que le echen un cable ante la amenaza fantasma de los mercados internacionales. Pero antes de eso, Zapatero intentó hacer ayer una última contribución a la causa del PSC afirmando en una entrevista que Mas «sabe» que la fórmula del concierto económico que ha abrazado como gancho electoral «es imposible».

LA ITACA FISCAL / Curiosamente, el encargado de responder a las palabras del jefe del Ejecutivo central no fue el candidato de CiU, sino Joan Puigcercós, y eso da una buena medida de cómo ha evolucionado en estos últimos días la campaña de Esquerra. Abandonada por el camino toda idea de equidistancia, el líder republicano se ha ofrecido una y otra vez a Mas como remero de la barca que puede llevar a Catalunya hasta la Itaca de la independencia fiscal. El convergente calla, y Puigcercós interpreta su silencio como una forma de dejar abierta la puerta a un pacto poselectoral con el PP.

Esta última opción se antoja ahora mismo una posibilidad remota, y más a escasos seis meses de una nueva contienda electoral. El sonoro abucheo con el que la militancia nacionalista congregada en el Sant Jordi acogió la mención del nombre de Alicia Sánchez-Camacho -fue durante la intervención de Duran Lleida- refleja bien cómo están los ánimos entre la parroquia. La candidata del PP ha insistido en que puede «españolizar» un eventual Govern convergente, pero hasta ella misma lo ha ido diciendo cada vez con menos convicción. De hecho, sabe que en su partido las siglas son el mensaje, y que el resultado del PPC tendrá más relevancia como indicador de lo que puede esperar Mariano Rajoy de Catalunya en el 2012 que por el peso que vaya a tener su grupo en el Parlament. Al menos, mientras Zapatero siga en la Moncloa.

Iniciativa es el único socio del tripartito que, a tenor de las encuestas, no solo ha aguantado sus posiciones, sino que incluso las ha reforzado. Puede dar en parte las gracias a los duros ataques que los dirigentes de CiU (y los medios afines) han dirigido durante toda la campaña contra la gestión de los departamentos controlados en los últimos años por ICV. No es de extrañar que los ecosocialistas hayan hecho imprimir a toda prisa unas octavillas propagandísticas con el lema El voto que más les duele. Joan Herrera les debe algo más que unas cañas.