Los paralelismos entre política y fútbol

Míster candidato

Montilla podría recordar a Robson, que ganó tres títulos con el Barça pero pocos recuerdan cuáles

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JORDI FERRERONS

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Tras largas semanas de expectación, muy pronto conoceremos el resultado de la contienda. Analizadas las tácticas, asumido el potencial de unos y otros, buscados los puntos débiles del contrario e intentado el enardecimiento de los ánimos del público, se acerca la hora de la verdad, el momento en el que toda especulación dejará de tener sentido: solo contará el resultado final.

El párrafo anterior sirve tanto para el clásico Barça-Real Madrid del lunes como para la cita con las urnas del domingo: fútbol y elecciones se entremezclan estos días en el ánimo de muchos ciudadanos. Si bien es cierto que poco o nada tiene que ver una cosa con la otra, resulta curioso apreciar en los cabezas de lista de las distintas candidaturas algunos rasgos propios de determinados entrenadores de equipos punteros, tanto en su modo de enfocar la campaña electoral como en las circunstancias en que lo han hecho.

Así, por ejemplo, el president Montilla podría recordar a Bobby Robson. En su única temporada en el Barça, el entrenador británico tuvo que apechugar con la herencia de un predecesor exuberante que desplegaba un juego ofensivo espectacular aunque, eso sí, poco dado a la disciplina y a cuidar la defensa. Robson era capaz de apostar por un juego claramente de ataque a pesar de que la grada jamás entendiera por qué alineaba a cinco centrales en el equipo titular. Como Montilla, Robson conocía a fondo el oficio: fue capaz de dotar de un cierto orden a una plantilla descompensada que en el campo solía partirse por la mitad. Prudente y mesurado, poco dado a las declaraciones públicas o a la gesticulación gratuita, ganó tres títulos con el Barça, pero muy pocos recuerdan cuáles.

«Valiente», se definió Joan Puigcercós en su campaña, un atributo muy querido por Javier Clemente. De verbo contundente y ademanes enérgicos, Clemente se ha distinguido por saber sacar mucho partido de plantillas modestas a partir de un juego directo, muy físico y algo rudimentario. A lo largo de su carrera ha mantenido pulsos memorables que han polarizado a la afición: Manu Sarabia o él, por ejemplo, un enfrentamiento que recuerda al de Puigcercós con Carod-Rovira. Varios equipos han contratado a Clemente para evitar el descenso, tarea en la que ha puesto tanto empeño como Puigcercós en evitar un severo correctivo en las urnas.

En el extremo opuesto en lo que se refiere a carácter y talante, Juanma Lillo, despedido el sábado pasado del Almería, se prodiga en frases del estilo «mirando para abajo estamos yendo para arriba, así que no vamos a mirar para arriba, no sea que nos vayamos para abajo». Joan Herrera podría sentirse identificado con ella: Lillo y él poseen en común una cierta aura de héroes que luchan contra enemigos mucho más poderosos, a los que consideran representantes del oscurantismo y la reacción. Y son valientes: «No arriesgar es lo más arriesgado, así que, para evitar riesgos, arriesgaré», dijo Lillo cuando entrenaba al Tenerife.

En cuanto a la oposición, Albert Rivera asumió hace tiempo un rol parecido al de Tintín Márquez: nombrado muy joven entrenador del Espanyol, tuvo que lidiar con los que hasta hacía poco eran sus compañeros de equipo, y a algunos de ellos les costó aceptar que mandara, tomara decisiones, se pusiera serio con ellos y tuviese proyección mediática. Márquez intentó trabajar la autoestima del grupo, convencido de que el sentimiento de estar en clara minoría era la auténtica fuerza del equipo, el núcleo de su personalidad y lo que le distingue de los demás.

Aparentemente falto de zidanes en Catalunya, el PP recurre a pavones. Con Alicia Sánchez-Camacho hizo como el Real Madrid en el 2005 al situar a Juan Ramón López Caro al frente del primer equipo tras la destitución de Vanderlei Luxemburgo: un recurso posibilista para intentar gestionar razonablemente la plantilla y obtener unos resultados a la altura de lo que el club creía que debía ser su papel. Rodeado de egos poderosos, López Caro eligió tácticas arriesgadas, como Sánchez-Camacho con la inmigración, más por resultadismo que por convicción y estilo.

Y Artur Mas, el favorito en todas las encuestas, empezó su andadura como Carlos Queiroz: ambos crecieron como segundos al amparo de un superior carismático (Alex Ferguson en el caso de Queiroz, Jordi Pujol en el de Mas) y, aunque muy preparados, elegantes y con buen gusto, cuando empezaron a volar solos los resultados no les acompañaron. Mas también recuerda a Manuel Pellegrini cuando, el pasado año, el Real Madrid obtuvo más puntos que nunca en la Liga, pero se quedó sin campeonato porque el rival consiguió sumar unos pocos más. Elegantes en la derrota, asumida con un cierto estoicismo, Pellegrini y Mas tal vez se ampararon en el colombiano Pacho Maturana cuando dijo que «perder es ganar un poco». Quizá los resultados de este domingo den algo de sentido histórico a tan enigmática frase.

Al fin y al cabo, Albert Camus escribió: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol». Porque, además de novelista, ensayista, dramaturgo y filósofo, Camus fue portero de fútbol. Periodista, director de Contenidos

del Grupo Lavinia.