A pie de calle

La revolución ingenua

La plaza de Catalunya llena de corrillos hablando de política da vitalidad a la ciudad, pero es una ira de algodón; ahora es dulce como la revuelta, pero mañana será un vacío en la boca

Uno de los rincones de la plaza, donde los indignados reunidos pueden obtener algunos alimentos básicos.

Uno de los rincones de la plaza, donde los indignados reunidos pueden obtener algunos alimentos básicos.

JOAN BARRIL

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Las campañas electorales son aburridas. Hay un exceso de ritualidad que va rezumando desafecciones. Ya se sabe: el primer cartel pegado, los primeros anuncios por la tele, los primeros mítines en los barrios, las visitas de los líderes españoles, los mítines finales, la foto del momento de la votación y luego las alegrías tras el escrutinio. Eso es lo que toca y así lo esperamos. De ahí que cualquier novedad que rompa la inercia de la campaña sea recibida por la prensa como agua de mayo. Aquí la tenemos: plazas llenas de gente a la contra. No piden el voto para nadie, simplemente están ahí juntas. Y eso es lo que lleva a la prensa y a las televisiones a magnificar esos encuentros extraparlamentarios.

Lo importante de estos días no es lo que los llamados indignados demuestran en las plazas, sino el canguelo con que ha sido recibida esa manifestación entre los políticos al uso. Los abstencionistas, los antisistema, los que no se creen nada de lo que se ha hecho, los que quieren un cambio electoral y los que desean que los bancos sean declarados culpables de nuestras pequeñas miserias ya formaban parte del escenario de gobierno y oposición. Pero ahora la cosa es distinta: de pronto han visto que esa gente existía, que era capaz de reunirse y que no eran pocos. Y que encima son capaces de generar una magnífica empatía entre el resto de la gente.

Es tan insólita esa forma de protesta que los expertos no saben qué decir. Desde Madrid la prensa reaccionaria -es decir: casi toda- se ha apresurado a considerar esas concentraciones como un invento de superproduccionesRubalcaba.Otros, en cambio, han querido desautorizar la movilización con un argumento demasiado simple. Lo escuchaba ayer en uno de los foros de la plaza de Catalunya. Uno decía: «Después de esto hemos de buscar soluciones factibles». El otro le respondía: «No somos nosotros los que hemos de buscar soluciones. En todo caso son ellos, esos políticos a quien pagamos para que nos solucionen las cosas y no para que nos las pongan más difíciles».

Mientras tanto la plaza de Catalunya se va llenando de corrillos para hablar de política. Eso da vitalidad a las ciudades. Durante muchos años la fuente de Canaletes ha sido el escenario de grandes debates futbolísticos tras los grandes partidos. Ya era hora que se hablara también de política. Pero tal vez a esa manifestación política le sobra ingenuidad. No estamosprima della rivoluzione,sino solo nos hemos instalado unos días en la protesta inocua que permite creer que existe una política fuera del sistema. ¿Hacia dónde va? Hacia el rechazo, que también es una actitud constructiva. Cuando un millón de personas se manifestaron en Barcelona contra la guerra de Irak, ¿acaso creían sinceramente que el corazón apelmazado deBush sería sensible a la marcha catalana?

En la plaza de Catalunya se encuentra gente que llama a no votar probablemente porque nunca votó antes. Esa gente que se dedica al diálogo, a repartir flores, a dispensar comida y a montar talleres de yoga son lo más normal en cualquier ciudad democrática. Los de Tahrir tenían encima el riesgo de la muerte en una situación incierta. Afortunadamente la protesta, en España, acostumbra a ser mucho más incruenta. Pero las multitudes nos encantan. O mejor dicho: nos encantan las multitudes delegadas para que metan el miedo en el cuerpo de los poderosos. Están airados y su ira es la nuestra. Pero es una ira de algodón de feria. Ahora es dulce como la revuelta, pero mañana será de nuevo un vacío en la boca y un alivio de partidos políticos que se creyeron realmente partidos por la realidad de tanta gente. Mientras tanto: gracias por haber venido.