UNA GUÍA PARA NO PERDER LOS ESTRIBOS

Padres en voz baja

¿Es posible evitar el alarido cuando los hijos desbordan la paciencia? Alba Castellví da claves prácticas en el libro 'Educar sense cridar' para pacificar la convivencia 

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POR Núria navarro

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Límites, disciplina, castigos. ¿Qué padre no ha hecho malabares con esa tríada sin resultados? La paciencia se quiebra y aparece el grito. Alba Castellví, educadora y madre de dos hijos, propone en 'Educar sense cridar' (Angle Editorial) unas pautas para disolver tensiones y conseguir formar a niños responsables y autónomos. Repasemos unas cuantas.

AL LAVABO, PITANDO

Ante una situación de zapatiesta, el adulto debe encaminar sus pasos al cuarto de baño, cerrar el pestillo y respirar hondo, contando los segundos que tarda en inspirar y espirar. Un, dos, tres veces. Al volver al 'cuadrilátero', el tono de voz y la gestualidad habrán cambiado. La calma siempre es más eficaz que la crispación.

AGUANTAR EL TIPO

Si la pelotera se produce en un sitio público -donde nos avergüenza la mirada ajena-, hay que esperar a que pase el berrinche, repitiendo para los adentros "no pasa nada, lo estoy haciendo muy bien". Nunca hay que ceder. Está aprendiendo a soportar la frustración. ¿Difícil? Sí. Una forma de aligerar el bochorno es adoptar la perspectiva del monitor de centro excursionista: tomar distancia y decirle al niño "cuando se te pase, hablamos". No hay que poner parches a cualquier pequeño disgusto del menor. Hay que subrayar que "así son las cosas" y que "en otro momento irá mejor".

BAJAR EL VOLUMEN

Cuanto más bajo hablemos, más prestarán atención (ni que sea por pura curiosidad). Además, relaja al adulto.

EL PRECIO DE ELEGIR

Las locas escaladas que empiezan por un «¡a cenar!» y acaban en "¡quieres hacer el puñetero favor de venir a la mesa!" a voz en grito tienen solución. Consiste en plantearle lo siguiente: "¿Qué prefieres, venir a cenar ahora o más tarde? Piensa que si vienes más tarde no habrá tiempo para explicar un cuento". Si no viene, no pasa nada. El resto come y, cuando aparezca, no encontrará caras largas. Pero cuando pida el cuento -que lo pedirá- toca decir: "No, ¿recuerdas que te dimos a elegir?". Es posible que monte el numerito, pero jamás hay que flaquear. Al cabo de una semana -sí, solo una-, el niño ya entiende las consecuencias que se desprenden de sus decisiones. No se trata de hacer personas obedientes, sino de educar para la libertad y la responsabilidad.

TRES VECES, NO MÁS

Decir "no" descompone. Pero hay que razonarlo: "No puede ser por tal o cual motivo". Y mantener la explicación durante dos o tres "¿y por qué no?". Seguir es entrar en un bucle diabólico. Una frase mágica para zanjar el tema es el lacónico "esto es lo que hay". En poco tiempo aprenderá que es la frase límite. Una manera más empática para que el niño soporte mejor la frustración es decir: "Ostras, entiendo que te encanta lo que pides, a mí también me gustaría, ojalá fuera posible cada día". Hacerse cargo de lo que quiere y no puede es una forma hermosa de reconducir la situación. Hace que el menor se sienta acompañado y comprendido.

POCAS NORMAS

Cuantos más 'noes', menos valor tienen. Castellví subraya que hay peleas por cosas que no son importantes, como las quejas por la comida, la ropa que se pongan o descuidar la bolsa de deportes. No hay que malgastar energía en 'come los garbanzos' o 'ponte ese jersey' porque lo digo yo. Es autoritarismo. Hay que seleccionar muy bien los asuntos sobre los que vale la pena ser implacable. ¿Cuáles? Las acciones que molesten a otros, los insultos, los golpes, las faltas de respeto y la vulneración de las normas de convivencia. Y antes de castigar, mejor que el niño repare el daño causado.

CONTAR, NO INTERROGAR

En una determinada etapa, el diálogo se atasca. La idea básica aquí es no esperar aquello que no damos. Así que en la mesa, en vez de disparar el clásico «¿qué tal hoy en el cole?», es más eficaz contar un episodio de nuestro trabajo. Una semana después de explicar media vida, el niño empezará a soltar información.

ASUNTOS PROPIOS

Los niños aprenden de lo que hacemos y no de lo que decimos. De tal modo que un padre no puede ordenar dejar el móvil si está tecleando en uno. Eso es de cajón. Pero el menor también debe entender que no es el centro del universo, y que los adultos tienen sus necesidades más allá de conseguir recursos y cuidar. De vez en cuando debemos poder decir: "Qué bien tener un rato para leer o ir a la piscina". Evita tiranos y les enseña a respetar el tiempo de los otros.

EL MUNDO ES HOSTIL

Bien, pero ¿qué armas tendrá un niño consciente y respetuoso cuando se enfrente a la batalla campal que hay al otro lado del nido? Un kit de supervivencia: 1/ evitar la tentación de resolver aquello que puedan solucionar por sí mismos. 2/ plantearles a menudo pequeños retos a superar, del tipo traer huevos del gallinero o anudarse los zapatos. 3/ no ahorrar la frustración y los sentimientos desagradables, elogiando la persistencia y el esfuerzo. 4/ esperar lo mejor de ellos. Y 5/ transmitirles aceptación, respeto y estima. Solo así podrán confiar en sí mismos y serán capaces de buscar soluciones.

EL CONSUELO

Si los padres no lo hacen muy bien, no está todo perdido. Lo que hacemos influye, y mucho, pero no es determinante. El niño dispone de otros modelos que le permiten comparar y extraer conclusiones por sí mismos.

'BONUS TRACK'

Pensar que algo no va bien 'ahora' no significa que las cosas no estén yendo bien. Nada es grave.

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