La vida en la última mina

José Hernández, al mando de la mineradora 10, a 900 metros de profundidad.

José Hernández, al mando de la mineradora 10, a 900 metros de profundidad.

AGUSTÍ SALA / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El ascensor se balancea con el aire del pozo que conduce a la mina de Cabanasses en Súria (Bages). No es de extrañar, pues en apenas dos minutos se bajan 680 metros hasta una amplia galería con vehículos y maquinaria para extraer potasa y sal, el negocio de Iberpotash, y del que viven unas 1.200 personas de la zona. De estos pozos y del de la vecina Sallent, que dejará de operar en el 2014, salen 1,4 millones de toneladas de sal y 1,05 de potasa. De los 325 millones de euros en ventas del año pasado, el 75% fue a la exportación.

Para conseguirlo, unos 300 trabajadores cubren por turnos las 24 horas del día, siete días a la semana, este trayecto en ascensor que supera en más de cuatro veces la altura de la Torre Mapfre de Barcelona, pero en dirección a las entrañas de la tierra.

La de Cabanasses será la única mina de este grupo filial de la israelí ICL cuando se cierre la de la vecina Sallent, cuyo empleados trabajarán en las instalaciones de Súria. «La idea es doblar la mina hacia el norte, en lugar de seguir hacia el este como ahora», explica la directora del centro, Isabel Martínez. Los estudios geológicos dan a esta explotación 90 años más de vida, afirman.

De los más de ocho kilómetros que suman las galerías en la actualidad se llegará al menos a 16, según el proyecto Phoenix, con el que la firma minera prevé invertir en una primera fase 160 millones.

RAMPA CON POLÉMICA /En el proyecto destaca una rampa de 4,5 kilómetros hasta casi un kilómetro de profundidad, cuyas obras se tuvieron que paralizar por falta de permisos y que han desembocado en pleitos que han implicado al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Súria. Con esta infraestructura los camiones dejarán de hacer los 300 viajes de media diaria que atraviesan el municipio, ya que la planta de tratamiento y la mina están en extremos opuestos.

Una vez abajo, durante el viaje en jeep por las galerías, sin superar los 20 kilómetros por hora que marca el límite, se llega hasta los 900 metros de profundidad. Unos 100 empleados por turno trabajan a destajo en las galerías (perciben una parte fija, pero la variable, la más importante, se vincula al mineral que extraen).

La tecnología ha mejorado el trabajo. Se ve en el centro de control situado a pie de ascensor en el que José Antonio Herrera, en el turno de mañana, puede detectar cualquier anomalía que permite ganar tiempo para los equipos de reparación.

A pesar de que las condiciones de trabajo han mejorado, el de la mina sigue siendo un trabajo duro. No se emplean ya explosivos, pero se pasa del frío provocado por ventiladores que insuflan 250 metros cúbicos de aire por segundo para que el ambiente sea respirable, a entornos con temperaturas de más de 30 grados cerca de la mineradora número 10.

Con esta pesada y cara máquina a unos 900 metros de profundidad, José Hernández, con 24 años de experiencia en este empleo, raspa las paredes de las galerías y deposita el mineral en el camión y este luego en la cinta transportadora que lo traslada hasta la planta de tratamiento.

Todo ello, en un ambiente sofocante. «Sin esta humedad, el polvo revolotearía y sería imposible trabajar», explica Sara Rabeya, subdirectora de la mina. La sal impregna las ropas y las cavidades bucales. Por ello, las normas son muy estrictas. «Cuando se alcanzan 30 grados se ralentiza el trabajo y, a partir de los 33, se paraliza completamente», explica.