Geometría variable

¿Solo una guerra de protocolo?

JOAN TAPIA

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Cuando Josep Tarradellas volvió a la Generalitat, recibió el aplauso de un millón de catalanes. Encarnaba la recuperación del autogobierno. Pero también encontró obstáculos. El capitán general se negó a visitarle. Un día, sin previo aviso, Tarradellas se presentó en Capitanía a saludar al general Coloma Gallegos y la Generalitat ganó una batalla. Ya no estamos en el 78 y Artur Mas, que no ha sufrido las humillaciones de un largo exilio, no tiene por qué seguir ninguna huella.

Entiendo poco de protocolos y quizá los asesores de Mas tengan razón. Pero hoy, cuando el empresariado está seriamente alarmado por el diálogo de sordos entre Madrid y Barcelona, plantar a la vicepresidenta (así titulan en significativa coincidencia EL PERIÓDICO y La Vanguardia) no es lo más inteligente. Primero porque el diálogo es imprescindible para todo y la guerra de protocolos no puede primar sobre la Política con mayúsculas. En todo caso, el president no debe ser quien consagre barreras. Y a Mas le sobra oficio (y razones) para, cuando hable -sea antes o después-, levantar acta de que Catalunya está maltratada.

Sin renunciar a nada, el jueves era el momento de afirmar, ante la presidenta en funciones y en la cita anual y solemne del empresariado catalán, que no es razonable que en el difícil 2014 la inversión pública caiga un 8% de media pero que aquí se desplome nada menos que un 25%. Y que en vez del 18,7% (cuota sobre el PIB que reclamaba el Estatut) o del 16% (porcentaje de población), la inversión sea solamente el 9% del total. Artur Mas habría actuado como el president de todos los catalanes, habría sido aplaudido y la vicepresidenta, mujer inteligente, habría tomado nota de que Catalunya es un país cohesionado.

No fue así. Mas prefirió «mantener la dignidad y prestigio de la Generalitat y no sentar un precedente». Quizá solo fue un error: un día te equivocas y al día siguiente aciertas. Me temo que sea otra cosa, que el president se esté deslizando por la pendiente de la confrontación y el aislamiento. Quizá el síndrome de la Moncloa -que afectó a Suárez, González, Aznar Zapatero- haya llegado al Palau. Con el agravante de que Catalunya es un país pequeño y, como bien sabe Mas, no es un Estado soberano. Por eso debe actuar con sumo tiento. Y Mas también dio plantón al empresariado catalán. Foment debe ser interlocutor ante los dos gobiernos y le preocupa que durante el impasse (que nadie sabe lo que puede durar) la casa se quede en parte sin barrer. Y que el conflicto con el Estado pueda llevar al desencaje con Europa. Ayer Juan Rosell y Joaquim Gay de Montellà, presidentes de la CEOE y Foment, respectivamente, enfatizaron la conveniencia del diálogo.

Parece que al president no le entusiasma esta actitud autónoma del empresariado. Quizá ha puesto la directa y por eso califica de «discurso del miedo» todo aviso sobre el riesgo de desencaje con Europa. Y hay otros indicios de aislamiento. Es lógico que Mas y Duran Lleida no piensen siempre lo mismo, pero se entiende menos que la Generalitat elabore un memorial de agravios sin consultarlo con el presidente de la Comisión Mixta Estado-Generalitat, que es al mismo tiempo el portavoz en Madrid y el secretario general de CiU.