RELEVO EN UNA ENTIDAD FINANCIERA

Siempre con dos avales

La saga Botín basa su poder en el buen dominio de la estrategia financiera y política

JOSEP-MARIA URETA / BARCELONA

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Consta como anécdota personal, pero seguro que es leyenda. Cuando el 20 de noviembre de 1986 Emilio Botín padre anunció, a sus 83 años, que cedía la presidencia de la empresa familiar Banco de Santander a su hijo Emilio II, corrió una historia que ha llegado hasta nuestros días. El patriarca al salir de la misa dominical oía la voz de un pedigüeño que le apelaba "Por Dios, don Emilio, una limosna". Ni caso durante unos cuantos ciclos litúrgicos. Hasta que una mañana el pobre solemne amplió la súplica: "Por Dios y por la Virgen, don Emilio, una caridad". El banquero reaccionó y soltó unas monedas al pordiosero con una afirmación que hizo fortuna: "Si es con dos avales, ningún problema".

Aquel día de 1986 el abuelo Botín salió en el telediario español y se quejó al locutor: "Ustedes ya saben que la primera publicitaria de la historia fue Eva, con su insistencia a Adán de que se comiera la manzana. Al final lo consiguió". Que un banquero saliera por la tele en plan distendido bien merecía que le atribuyan la anécdota del portal del templo.

Competir por cada euro

Botín padre dejó claro a qué se dedicaba su estirpe. Era el banquero que ya había roto amarras con sus colegas de aquellas reuniones mensuales de los presidentes de los llamados Siete grandes de la banca -un cártel de monopolio heredado del franquismo, lo que ahora se llaman élites extractivas— cuando en febrero de 1982 felicitó al Gobierno por haber expropiado Rumasa. El aviso estaba claro: el Santander solo pensaba en competir. Quienes estos días analizan las relaciones de Botín II con el poder político, no tienen en cuenta que en la empresa familiar hay sistemas de decidir que se heredan.

Tener más de un aval, por ejemplo. Significa saber buscar el apoyo contrario cuando una decisión personalísima y más que discutible se queda encallada entre dos poderes. En el ámbito privado, por ejemplo. Se puede encontrar en los numerosos boletines de análisis bursátiles, que a Emilio Botín le costó incorporar y mantener a su hija Ana Patricia en el consejo del banco. Los fondos de inversión mundiales, que especulan con el valor del banco cada minuto en Londres y Nueva York y son mayoría en la propiedad del Santander (el 57% de las acciones) reprobaron siempre el modelo sucesorio en el consejo. Pero cuando debía plantearse ante la mayoría de accionistas, en la asamblea anual, la propuesta no tenía el segundo aval.

La otra manera de explicar el poder de los Botín, sus otros avales, son las peripecias judiciales que han afectado al banco por sus prácticas innovadoras de captación de clientes a partir de las lagunas -valga el diminutivo- del modelo tributario español. En 1989, tres años después de ser designado presidente, Emilio Botín autorizó un producto financiero, las cesiones de crédito, una ingeniosa fórmula de préstamo entre particulares gestionada por el mismo banco pero que no dejaba rastro fiscal, que le llevó al banquillo por fraude tributario. Salió ileso, como años después ante el exceso de indemnización de los gestores del Banco Central Hispano, con el que el Santander se fusionó y asimiló, como hizo con Banesto.

Cuentan los gestores financieros de las empresas que en toda la organización del Santander -y más en España— sabían que Emilio Botín tenía puesto su asterisco personal restrictivo para que no se concediera ningún crédito sin su consentimiento a los partidos políticos, a los medios de comunicación y a la Iglesia. Que estos días se ponga sordina a la necesaria valoración equitativa de uno de los grandes de los últimos 40 años de historia española, como acaba de advertir Jesús Fernandez-Villaverde (profesor en Pensilvania y Stanford) en Nada es gratis, merece volver a la leyenda del pordiosero: con solo una versión, no hay nada que hacer.