HISTORIAS MÍNIMAS

Reinventar el alfiler

«Dicen que los ingenieros somos prácticos y racionales, pero las grandes cosas que he conseguido llegaron por la intuición y la creatividad. La parte derecha de mi cerebro es tan importante como la izquierda», afirma.

La tercera generación de la histórica Folch irrumpe en las jugueterías con Pins Art

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EVA MELÚS / TERRASSA

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Josep Maria Folch está seguro de que la gran aportación a la empresa de alfileres fundada por su tío, Pere Folch, en 1924, será Pins Art. La última marca de agujas con cabeza que queda en España y una de las pocas de Europa se ha introducido en las jugueterías con un producto para manualidades, agujas con cabeza de colores y lentejuelas con los que cualquier niño mayor de seis años puede recrear imágenes prediseñadas en 2D.

La marca Pins Art, creada en el 2010, representa de momento un 10% de un negocio que ronda el millón de euros anuales. Los grandes clientes de esta empresa familiar siempre fueron los vendedores de camisas que emplean alfileres para rematar los plegados impecables de su embalaje. La crisis del textil y la externalización de la producción fue un varapalo para Folch, pero su gerente no estaba dispuesto a ver desaparecer la empresa familiar.

«Se dice que al futuro no hay que esperarlo sino que hay que irlo a buscar y yo siempre he intentado buscar nuevas aplicaciones a los productos que yo fabricaba o a personalizarlos para adaptarnos a las nuevas necesidades del mercado», asegura. Folch fabricó algunas agujas que no funcionaron antes de llegar a las Color Dome, las agujas de colores patentadas que son la base de Pins Art. Con ellas, ha conseguido ampliar el habitual canal de las mercerías y la industria camisera con otros extraños hasta el momento, como jugueterías, tiendas de manualidades y museos.

VIAJE A EEUU

Folch explica que fue un viaje a Estados Unidos, en 1990, lo que acabó de definirle como empresario. Después de acabar la carrera de ingeniería industrial y trabajar en una consultora en Barcelona, obtuvo una beca de promoción del comercio internacional. En la embajada española en Los Ángeles negociaba y facilitaba trámites a las empresas que querían hacer negocios en Estados Unidos. «Allí aprendí que todo puede ser mucho más fácil. En eso, los norteamericanos son diferentes a nosotros», opina el directivo.

Aquella estancia acabó con un viaje en moto de 30.000 kilómetros desde Los Ángeles a Vancouver, en Canadá, y después hasta Memphis. Le propusieron renovar su beca un año más, pero probablemente ya había aprendido lo que había ido a aprender y estaba preparado para entrar en el negocio familiar. «Nunca pensé que no fuera a ser así, porque nuestra empresa era algo que había mamado desde siempre, pero antes de entrar había sentido la necesidad de aprender cosas nuevas y aquel año en EEUU fue de cambio de ritmo y de apertura de mente».

Su tío Pere había creado los cimientos de la empresa. Su padre, Joan, había mejorado los procesos de automatización (la empresa sigue fabricando hoy sus propias máquinas). Josep Maria sería el encargado de abrir mercados y dotar a la empresa de una estructura comercial moderna. «Antes nos compraban. No vendíamos», resume el empresario.

El último Folch creó un catálogo, revisó el para dar mayor identidad al producto y abaratar costes de producción y organizó la red de exportación, que hoy supone el 60% de la marca. Folch distribuye sus agujas a más de 60 países, con mucha presencia en Sudamérica. Después vino la tienda on line.

La última generación de los Folch hizo habitual la asistencia a ferias. En la Handarbeit und Hobby de Alemania, el ingeniero coincidió con un fabricante italiano de porex que había adornado sus figuras en 3D con algunas agujas de colores y brillantes. De ahí salió la idea de organizar talleres de manualidades con agujas para niños en el Salón del Hobby de Barcelona. El éxito convenció a Folch para desarrollar las Color Dome y la marca Pins Art. «Me lo he pasado muy bien creándolo. Es la niña de mis ojos», asegura. «Y me doy cuenta de que lo importante no es la velocidad a la que haces las cosas sino que la dirección sea la correcta», añade.

Folch tiene cuatro hijos. Varios de ellos están estudiando carreras relacionadas con la empresa, pero a los 52 años el padre dice no haber pensado en darles la alternativa. «Me gustaría que ellos tuvieran el relevo, pero por encima de todo quiero que se sientan libres. Y a mí aún me queda cuerda para rato», afirma.