Quedan muchas batallas que pelear

Todas las propuestas emprendedoras que han surgido gracias a las nuevas tecnologías se han desarrollado sin que las acompañe un proceso de reflexión social sobre temas de gran calado. La guerra en el sector del taxi es solo una parte ínfima de lo que queda

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Después de unos meses de gran convulsión, este año ha empezado con aparente tranquilidad en el sector del taxi. Desde el 1 de enero Uber, la plataforma que pretendía revolucionar su sector, ha dejado de dar servicio en España. Otros sectores, además del taxi, ven también con más o menos preocupación cómo plataformas de toda índole ponen en contacto a diferentes usuarios para crear mercados nuevos o transformar sectores ya existentes. La guerra por el transporte de pasajeros es solo una parte ínfima de lo que queda por venir. ¿Por qué no pensar también en desintermediación en el transporte de mercancías, como realiza la start-up Americana Deli? Otro de los sectores a los que ha llegado la economía colaborativa es el sector hotelero, donde plataformas como Airbnb permiten poner en el mercado todo tipo de habitaciones o apartamentos privados. Pero también al sector laboral, donde Taskrabbit o Homejoy intermedian todo tipo de trabajos temporales en nuestros hogares: ensamblaje de muebles, arreglos de pequeños desperfectos o el cuidado puntual de personas que lo requieran.

El sector educación, por su parte, está viendo como sitios como Coursera o Udemy están sirviendo de nuevas maneras a un mercado tradicionalmente anclado en la educación en aulas. Y en servicios financieros, usuarios en todo el mundo confían cada vez más en plataformas P2P, lo que ha llevado al líder mundial, LendingClub, a lanzar su OPV con éxito el pasado mes de diciembre.

Además, aunque tímidamente aún, vemos la emergencia de mercados de servicios profesionales dirigidos al mundo empresarial, en áreas tan diversas como servicios legales, recursos humanos, diseño, programación de software o proyectos de innovación.

Con tanto movimiento la pregunta lógica es evidente. ¿A qué se debe este auge reciente de la denominada economía colaborativa? ¿Y de qué va a depender su éxito o fracaso? ¿Cuál va a ser el impacto para empresas ya establecidas? ¿Vamos a asistir a más guerras como la que recientemente de abrió, y se ha cerrado temporalmente, en el sector del taxi?

En su origen, la economía colaborativa nace porque existen nuevas posibilidades de interacción entre personas y de intercambio de información entre las mismas y/o las máquinas. Con ello, se puede acceder a servicios y productos de formas más convenientes y muchas veces más eficientes. Pero también, este tipo de economía permite la definición de nuevas proposiciones de valor y la capitalización de mayor eficiencia económica.

El ejemplo más claro seguramente lo tenemos en Airbnb, nacido para poner en contacto ofertantes de habitaciones o apartamentos vacíos, con demandantes de un lugar de pernoctación. Estaremos de acuerdo en que la inversión en un inmueble es la mayor inversión que una economía familiar puede acometer. Si luego resulta que las mismas suponen espacios ocupables -en forma de una segunda residencia sin utilizar o de habitaciones vacías de forma temporal o definitiva- parece claro que estamos ante una cierta ineficiencia económica.

Falta de información

Pero, ¿a qué se debe? Esencialmente a la falta de información. No sabemos a quién decirle que disponemos de un espacio vacío por un determinados tiempo, y tampoco sabemos si existe alguien a quien le pueda interesar una habitación. Y si lo supiéramos no sabríamos si podemos fiarnos de esa persona, tanto en lo que afecta al cuidado de nuestro espacio personal como al pago de la estancia. Con ello, preferimos mantener un bien capital caro fuera del mercado.

Las tecnologías de la información nos permiten solucionar estos problemas. Una sola plataforma se encarga de organizar la oferta y la demanda, dando suficiente información para que un interesado pueda verificar la disponibilidad  y la calidad de una habitación. Pero también para poner los mecanismos de garantía al ofertante necesarios para asegurar que se preserve la calidad del bien en cuestión y se garantice el pago de la transacción. Con ello, se ayuda a rebajar las eventuales barreras que pueda haber, tanto por el lado de la oferta como el lado de la demanda. Evidentemente, la alternativa no necesariamente es atractiva para toda la población, pero aun así han nacido opciones que no pueden dejar indiferente a un sector como la hostelería tradicional. Y ellos parecen, además, tener mucha menos protección que el sector del taxi.

Puede que la paz en el sector del taxi no dure mucho. Si uno piensa que el vehículo suele ser la segunda inversión más importante de una economía familiar y que el uso real del coche a lo largo de un día es muy bajo, parece evidente que hay lugar para propuestas colaborativas de aprovechamiento del mismo. Si de momento la regulación no permite el transporte de pasajeros, habrá que ver si otras modalidades de carsharing pueden tener más éxito. O habría que revisar si la regulación existente del sector ante los avances tecnológicos sigue teniendo o no sentido.

En el fondo, todas estas nuevas propuestas emprendedoras han surgido sin que hayamos emprendido a la par un proceso de reflexión social en el que hay que evaluar temas de gran calado. Estamos tocando los fundamentos de muchos sectores, y como siempre habría que ver si la reconfiguración de los mismos requiere algún tipo de atención o de ayuda. Estamos flexibilizando el trabajo sin una clara regulación de los mercados, con lo que podríamos fomentar una vez más un auge de nuevas economías sumergidas. Y finalmente, casi siempre los negocios colaborativos conllevan también implicaciones sobre nuestra privacidad, sin que muchas veces los usuarios tengan plena conciencia sobre esta cuestión. Y es que, en esto de la economía colaborativa y las nuevas tecnologías, quedan aún muchas batallas que pelear.