¿Qué hacemos con los sindicatos?

JORDI ALBERICH

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Hace pocos días leía acerca de las negociaciones entre patronal y sindicatos en el marco del Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva, y aún entendiendo la relevancia del pacto, la noticia me resultaba distante, alejada de la realidad. Parece como si la vertiginosa dinámica de los últimos años hubiese dejado en el baúl de los recuerdos a patronales sindicatos, como si esa función institucional que les es asignada hubiera dejado de tener trascendencia, más allá de una retórica que a pocos interesa.

Esta percepción es aplicable a unos y a otros, pero creo que es más acentuada en el caso sindical. Quizás porque, al margen de la CEOE, el número de organizaciones de carácter empresarial se ha multiplicado en los últimos tiempos, y sus voces, con matices pero coincidiendo en el fondo, se hacen oír. Por contra, poco o nada se escucha desde las filas de los, hasta no hace tanto, influyentes sindicatos.

En esta pérdida de relevancia han influido errores del propio movimiento sindical, como la falta de renovación de personas y discursos, el anquilosamiento en sus estructuras, o el conocimiento de algunos escándalos puntuales.

Pero también ha contribuido a este desgaste la crisis económica y las ideas dominantes. En una crisis, cuando una persona acepta lo que sea para poder trabajar, poco papel le queda a los sindicatos que, además, deben enfrentarse a un discurso ganador que ensalza las virtudes de los mercados y la desregulación.

Por todo ello no es de extrañar que su papel se nos vaya disolviendo como un azucarillo. Y ello resulta bastante injusto. Entre otras razones porqué su papel moderado, durante aquellos tiempos de bonanza, resultó fundamental para el gran salto adelante de la empresa española. Así lo señalan empresarios industriales, con producción en diversas partes de Europa, que recuerdan y valoran la sensatez del sindicalismo español en comparación con el de otros países. Y, ya en tiempos de crisis, la actitud sindical ha servido, en numerosos casos, para mantener actividad productiva, siendo el ejemplo paradigmático la consolidación de la industria del automóvil, cuando se presagiaba lo contrario.

Lo más importante es que este ciclo que se abre ahora con la recuperación económica necesita de unos sindicatos fuertes y acordes con los tiempos. Se me hace difícil vislumbrar cómo construir una economía competitiva y estable, en el marco de una sociedad justa y digna, sin unas instituciones que den voz a unos trabajadores que ven como el empleo se transforma y, a menudo, se deteriora.

Porque en los próximos años, éste será el gran debate: cómo respondemos a esa dinámica fatídica, alentada por la globalización y la tecnología, que hace del trabajo un bien escaso y mal remunerado.