¿Qué crisis?

Hay algunas cuestiones claras, indiscutibles, sobre la situación económica: es crítica, puede ir a peor, su origen es financiero, no hay un diagnóstico claro y, en consecuencia, tampoco tratamiento garantizado; en estos momentos hay algunos síntomas de estabilización; y los especuladores se hacen de oro gracias a la crisis y a la desregulación de la actividad financiera privada.

A la vez, ocurren otras cosas menos objetivas que sirven para saber por qué no acaba de haber conciencia de la gravedad de la situación. Por supuesto que los Gobiernos tienen una gran responsabilidad, y que el nuestro es muy torpe para adoptar medidas, sobre todo para comunicarlas, aunque de todas formas, sería exagerado negar que los demás también andan a tientas.

Rodríguez Zapateroempezó con mal pie negando la evidencia, pero la oposición le va a la zaga: más allá de zarandearle con malos datos y peores vaticinios tampoco ha transmitido una idea siquiera aproximada del calado del problema. En cualquier cuestión, bien sean las cajas de ahorros, el plan de ajuste, las reformas, solo oímos banalidades en forma de dardos electoralistas contra el adversario.

Es normal, pues, que el ciudadano, excepto el que ha perdido el empleo, no tenga una idea cabal de dónde estamos; o que siga pensando que toda la culpa es de los bancos, como si alguien hubiera ido forzando a la gente a firmar hipotecas: claro que la banca ha contribuido, pero la cuestión es más amplia y complicada, todos hemos participado.

Esa falta de conciencia de la realidad explica en parte la reacción de aquellos a los que se les exigen sacrificios, y también la de quienes alertan de que el recorte salarial de los funcionarios es el preludio de lo que pasará con el resto de los trabajadores. Nadie les ha dicho que eso ya es moneda corriente en el sector privado. O no han querido oírlo.