Pulso de los agricultores franceses en el centro de París

Valls anuncia 3.000 millones de euros en ayudas que no convencen al sector

Concentración de agricultoires en el centro de París, ayer.

Concentración de agricultoires en el centro de París, ayer.

EVA CANTÓN / PARÍS

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Una milimetrada organización y el músculo policial que Francia exhibe como nadie, impidió ayer que una insólita caravana formada por más de 1.500 tractores y 4.500 manifestantes llegados a París para exigir medidas de apoyo al sector agrícola provocara el caos en la capital francesa que muchos auguraban.

Concentrados en la plaza de la Nación esperando que el nuevo pulso al Gobierno arrojara sus frutos, la respuesta del primer ministro, Manuel Valls, que prometió elevar las ayudas hasta los 3.000 millones de euros y rebajar las cotizaciones sociales, está lejos de convencer a los agricultores y ganaderos franceses. Pese al ambiente de camaradería era patente el malestar que arrastran desde hace tiempo.

«Antes teníamos cuotas que regulaban el mercado pero si ahora desaparecen, aumentan los impuestos, se encarece la mano de obra y además de la reglamentación europea está la francesa, al final no tendremos más remedio que contratar extranjeros», se lamentaba Eric Delorme, dueño de una pequeña explotación de cereal de 130 hectáreas en el departamento de Loiret, al sur de la capital francesa.

FALTA DE COMPETITIVIDAD

Francia sigue siendo la primera potencia agrícola europea pero adolece de falta de competitividad. Los agricultores están atrapados entre el alto coste de producción y la evolución a la baja de los precios de venta. «El litro de leche se vende a 33 céntimos cuando harían falta entre 38 y 40 para cubrir gastos», explicaba a este diario Françoise, una ganadera de 53 años de cerca de Lyon. Pasa lo mismo con la carne. La de cerdo está a 1,30 euros y la de bovino a 3 euros, tarifas que llevan a muchos ganaderos a endeudarse solo para salvar la granja. Más allá de las cifras, el malestar del sector tiene también que ver con su sensación de abandono.

«Nuestra agricultura es familiar. Es humana. Pero no hay nada humano en quienes nos gobiernan. Son contables», añadía Françoise. La misma sensación que tenía Philippe, de 53 años, obligado a compaginar el cultivo de cereal con una firma de reciclado de desechos. «Vamos de mal en peor. Estamos gobernados por una pandilla de inútiles, profesionales de la política que solo piensan en su pequeño interés personal».

Otro talón de Aquiles del sector es la escasa modernización de las explotaciones por la falta de inversión, al contrario de lo que se ha hecho en Alemania o en Holanda, según explicaba en Le Parisien el profesor de la Escuela Superior de Agrónomos de Toulouse, François Purseigle.

De ahí que el plan de urgencia de 600 millones de euros anunciado el pasado 22 de julio por el Ejecutivo se viera claramente insuficiente. Ayer, tras recibir a los máximos responsables de los dos sindicatos convocantes de la protesta, Xavier Beulin, de la FNSEA y Thomas Diemer, de los Jóvenes Agricultores, Manuel Valls, ofreció un año de carencia en la devolución de los préstamos para aliviar la abultada deuda de las explotaciones y se comprometió a revisar el exceso de reglamentación, sobre todo medioambiental. El plan fue acogido con cierta decepción y con abucheos,especialmente de los más jóvenes. De ahí que es probable que vuelvan a repetirse eslóganes como los que se veían ayer. «La muerte está en el campo».