OPINIÓN

El 'procés' y sus efectos económicos

JORDI ALBERICH

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La declaración unilateral del Parlament parece haber acabado con la cautela empresarial. A ello, además del riesgo intrínseco de la apuesta independentista, se le ha añadido la alarma por los procedimientos y por las ya manifiestas debilidades de buena parte de quienes lideran el procés. Para muchos empresarios la estabilidad y los mercados peligran.

Y es que, dígase lo que se diga, el gran mercado para Catalunya es el español, aunque se argumente que su volumen es similar al que representa el resto del mundo. Pero se obvia que es, con mucho, el más estable y el de mayor valor añadido. Esto ayuda a entender que el superávit comercial con España sea enorme, mientras que con el resto del mundo es justo lo contrario.

Acerca de la estabilidad, la declaración amenaza los fundamentos de la actividad empresarial al poner en duda nuestro mercado natural -el español-, el espacio económico único -la Unión Europea-, y la estabilidad financiera -el euro-. Por ello, las alarmas se suceden, y la deslocalización de sedes empresariales, con ser su manifestación más llamativa, no refleja por sí sola la dimensión del problema.

Hay otras evidencias de ese malestar. En primer lugar, la creación de filiales fuera de Catalunya, pues por qué razón un empresario va a trasladar su sede, con el coste de imagen que acarrea, cuando desarrollar la actividad a través de una filial resulta muy simple. En segundo lugar, la actitud de las multinacionales que deciden sus inversiones con mucha antelación. Así, hoy se ejecutan las decisiones adoptadas hace unos años. Pero después, por ejemplo, del reciente comentario editorial de 'Financial Times', la loca carrera de Catalunya hacia la independencia, no creo que estén decidiendo inversiones para los próximos años. Y, finalmente, nuestro estado anímico. No hay que ser psicólogo para observar que entre nosotros reina una pesadumbre que no se percibe más allá del Ebro o los Pirineos.

En estas páginas he venido opinando que el camino a la independencia de Catalunya conlleva, inevitablemente, costes muy notables. Si la ciudadanía, conocedora de ellos, decide asumirlos en aras a un superior ideal político, todo mi reconocimiento.

Pero si peligroso es negar la realidad, de lo que se ha acusado a Mariano Rajoy al no reconocer el malestar catalán, no lo es menos jugar con ella. Y de este juego se abusa, y mucho. Llegados a este punto, siempre recuerdo a Oriol Junqueras cuando señala, de manera bonachona, que la creación de un nuevo estado es de lo más natural, y que muchos estados europeos nacieron en el siglo XX. No miente. Sencillamente, no menciona que lo hicieron tras una guerra que, para la gran mayoría de esos estados, empezó en 1939 y se prolongó, bajo formas diversas, durante décadas. Un detalle menor.