APRESTO DOMINICAL

Por las cuentas que les traen

Captar nuevos clientes y mantener los de toda la vida: aparece en todos los discursos y relevos de estas últimas semanas en la gran banca. Y seguirá.

Clientes de un banco ante el cajero automático de su entidad en horarios fuera de oficina.

Clientes de un banco ante el cajero automático de su entidad en horarios fuera de oficina.

JOSEP-MARIA URETA

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Ahora que nuestras dos grandes escuelas de negocios, IESE y Esade, vuelven a estar entre las 10 más grandes del mundo en la clasificación del Financial Times, tan interesada como opaca en sus sistemas de cálculo, convendría recordar algunas de las enseñanzas más desapercibidas en las aulas de Pedralbes, más sensibles al modelo capitalista protestante que al católico. Dos profesores, de mérito contrastado en sus currículos, dijeron al principio de la crisis del 2007 cosas que acreditan sabiduría acumulada y que hoy, en cuanto se ven luces dispersas de recuperación, han quedado demasiado olvidadas.

Dijo Robert Tornabell (Esade) en conferencias que acabaron en libro, que «la crisis va a durar los mismos años en que ha durado la euforia». Ciclos. Pronosticó en el 2008, partiendo de la burbuja iniciada en el 2001, que la crisis remitiría pasados 10 años. En esto están los analistas. El otro académico respetado, Alfredo Pastor (catedrático de universidad pública, hoy en el IESE) explicó en otra recordada conferencia en Barcelona, en otoño del 2008, tras la quiebra de Lehman Brothers, que las crisis las generan burbujas que alguien alimenta. En aquellos días inciertos, el profesor señaló a los bancos que financiaron de manera irracional al sector inmobiliario: «La crisis acabará, dijo, cuando sepamos cuánto vale un piso».

Pues ya hemos llegado al los límites pronosticados. Lo que nadie previó es hasta dónde llegarían las transformaciones en el sistema financiero español. No sobrevive ninguna caja de las que daban hipotecas y financiaban a dirigentes locales corruptos que aún hoy renovaran mandato. Es irracional.

Preocupa más saber si aquel desaguisado financiero global, que no ha ajustado cuentas de manera satisfactoria a quienes la provocaron, puede volver a producirse. Con dos variantes de análisis: ¿Han aprendido y creado los instrumentos necesarios las autoridades de supervisión financiera, los Estados y su supragobernador, el BCE? ¿Han hecho enmienda en sus planes de expansión las entidades de crédito españolas que sobreviven a la crisis, todas con fuertes dotaciones de capital aportado por los contribuyentes?

Hay razones para ponerlo en duda, solo con repasar la prensa de esta última semana. El excesivo poder -ahora aumentado por las absorciones de otras entidades- de los presidentes de bancos obligó a emitir un aviso del supervisor europeo, el BCE. Iba para, entre otros, Francisco González (BBVA) y Ana Botín (Santander) por cómo han relevado a directivos expertos en estrategia de futuro. ¿Aviso valiente? No, cosquillas. El poder sigue donde estaba en el 2007.

Quienes van a remover, de verdad, esos muros de resistencia en las cúpulas bancarias van a ser los usuarios/clientes de las entidades. Los nativos digitales son el objetivo, aunque hay una paradoja: son mileuristas. Quienes realmente tienen ahorros son los mayores de 45 años. De ahí las campañas para abrir más horas las oficinas.

En paralelo con la lucha reguladora entre el BCE y los grandes bancos (el catedrático de la UPF Guillem López-Casasnovas recordó en un artículo la frase del economista Allan Meltzer: «Si una entidad es demasiado grande para quebrar, es que es demasiado grande»), hemos completado el cuadro de que algo se mueve en la estrategia bancaria posterior a la crisis.

El subgobernador del Banco de España, Fernando Restoy, dijo el lunes en Barcelona: «La crisis ha provocado tanto en los inversores como en los consumidores de servicios bancarios y en las propias autoridades financieras cambios de actitud».

Cierto. La desconfianza de los ahorradores continúa, por la cuenta que les trae.

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