La placenta del cambio político
Todo empezó antes de la dichosa crisis, mucho antes. España nunca fue un país particularmente rico, pero ni siquiera cuando creía serlo sus instituciones supieron estar a la altura de las circunstancias. Por desinterés o por simple desconocimiento, unas veces por escasez de recursos y otras por abundancia de burocracia, las administraciones públicas no alcanzaron a entender que las reglas del mercado y las limitaciones financieras del Estado del bienestar, combinadas entre sí, dejaban un inaceptable saldo de desigualdad y exclusión social. Así sucedía en tiempos de carestía, por supuesto. Pero, inexplicablemente, la brecha social se ensanchaba aún más en épocas de bonanza.
Para cubrir el vacío dejado por los gestores públicos fue necesario que la gente se organizase por su cuenta. A la tarea benéfica que venían desarrollando las instituciones eclesiásticas se fueron sumando cada vez más agrupaciones sin ánimo de lucro, compuestas a su vez por miles de personas comprometidas que, ellas sí, comprendieron que los colectivos humanos que abandonan a sus semejantes no merecen tal adjetivo. Ante la incomparecencia del sector público empezó a gestarse el empoderamiento de los ciudadanos, que fueron capaces de identificar las necesidades de los grupos más vulnerables, alzar la voz para introducir estos asuntos en la agenda pública, fabricar y financiar estructuras privadas que paliaran estas graves carencias y erigirse en representantes de quienes, si no se sentían atendidos, aún menos representados.
Algunos gobernantes, aliviados, acudieron al encuentro del llamado tercer sector pensando que, a golpe de subvención, se librarían de sus críticas, y que imprimirían de paso a su gestión un acento social muy conveniente en estos revueltos tiempos electorales. Pero llegaron demasiado tarde. Los movimientos sociales, unos eminentemente reivindicativos y activos, otros más asistenciales y reactivos, se habían convertido ya en la placenta del cambio político en España, que en las últimas citas con las urnas ha dado sus primeros frutos. Quienes alzaron la voz contra la exclusión social, la pobreza energética o la falta de viviendas dignas ya no se conforman con hacerse oír; ahora se proponen cambiar la realidad sin intermediarios. Desde el poder.
Es de desear que la emergencia de estos nuevos liderazgos sociales ayude a reordenar las prioridades presupuestarias. Y que la colaboración de las administraciones públicas con el tercer sector se focalice más en la eficiencia que en la propaganda.
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