OPINIÓN

El morbo de las tarjetas opacas de Caja Madrid

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OLGA
Grau

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El escándalo de las tarjetas b de Caja Madrid ha herido sensibilidades en círculos financieros y empresariales madrileños. Consideran algunos altos ejecutivos, financieros y políticos que tanta profusión de detalles sobre los gastos de los exconsejeros de Caja Madrid es innecesaria, morbosa, y solo consigue indignar más a la ciudadanía, empañar la imagen de la denostada banca y alimentar opciones radicales.

Si ya ha aflorado el gasto de 15,5 millones de euros realizado con tarjetas opacas a cargo de la caja quebrada y el juez Fernando Andreu está haciendo su trabajo, ¿Por qué los medios de comunicación se afanan en hurgar más en la herida con los detalles escabrosos de fiestas, joyas, safaris, paradores, restaurantes, ropa interior, objetos religiosos, amarres de barcos y noches en el Ritz?

El caso de las tarjetas de Caja Madrid resulta muy relevante informativamente no tanto por la cantidad expoliada, que parece una minucia comparada con los más de 22.000 millones de euros del rescate de Bankia, sino por la descripción lacerante del relajo moral y ético de los consejeros y directivos de la entidad financiera durante décadas.

Los consejos de administración tienen una función muy concreta que es ejercer el control sobre la actividad de la empresa. Los directivos y administradores deben velar por lograr los mejores resultados para la compañía para la que trabajan y conseguir la máxima rentabilidad para el accionista y el mayor grado de bienestar para sus empleados.

No parece que los exconsejeros de Caja Madrid y sus cúpulas directivas realizaran bien su trabajo. Un consejero que gasta a manos llenas con una tarjeta opaca suministrada por la misma entidad a la que debe criticar y vigilar pierde su independencia, se podría decir que equivale a aceptar un soborno. Cuando este consejero, además, pertenece al PSOE, PP, IU, CEOE, CCOO o UGT, todavía es más grave.

Y en cuanto a los directivos, se les puede aplicar el mismo rasero. Miguel Blesa gastaba en safaris y en todo tipo de lujos sin tributar nada por ello como si la entidad fuera su rancho particular mientras tomaba decisiones que resultaron ruinosas.

Cuando Rodrigo Rato gastó con su tarjeta opaca 3.547 euros en bebidas alcohólicas en marzo del 2010, la víspera de la presentación de un plan de salvación para Bankia al Banco de España, intuía que la entidad se dirigía hacia el desastre. Entre febrero y mayo de 2012, poco antes de dimitir, Rato sacaba elevadas cantidades del cajero con su tarjeta.

La mala gestión de los 86 titulares de las tarjetas opacas de Caja Madrid contribuyó a la caída de Bankia y al sufrimiento de miles de personas. Y los detalles del saqueo, sí importan.