Intangibles

Mercadona y los chinos

JORDI ALBERICH

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Las declaraciones del presidente de Mercadona, Juan Roig, relativas a la necesidad de adquirir hábitos propios de los chinos, no han dejado indiferente a nadie, emocionando a unos o indignando a otros. Particularmente, me desorientan pues Mercadona es, precisamente, uno de los mejores ejemplos de cómo ser extremadamente productivo sin recurrir al modelo chino que, por cierto, ya veremos lo que dura. En pocos años, ha logrado liderar y revolucionar un mercado tan maduro y competitivo como el de la distribución, con una personalidad muy singular y un cuidado excelente de sus empleados.

El comentario de una alcaldesa de un municipio barcelonés es la mejor muestra de su éxito. Decía que, en una reunión con una asociación vecinal, al comentar las necesidades del barrio, sus conciudadanos no se refirieron a equipamientos educativos, asistenciales, o recreativos, le pidieron...un Mercadona!

Hay, pues, una diferencia notable entre lo que se desprende de sus palabras y su empresa. Ello me lleva a pensar hasta qué punto se han arraigado determinados discursos entre nuestras élites, especialmente el que señala a todos los ciudadanos como responsables del desastre. Un país de holgazanes y pícaros, acostumbrados a vivir del Estado. No comparto ni la culpabilización colectiva en el hundimiento, ni que nuestra personalidad responda a ese cliché.

La primera responsabilidad hay que situarla en dinámicas financieras globales que alimentaron, en nuestro país, una burbuja inmobiliaria extraordinaria, lo que favoreció la emergencia de personajes aciagos, tolerados y alimentados desde la política, y autodenominados empresarios, para vergüenza de aquellos que, realmente, lo eran. Estos tampoco se quejaron mucho cuando veían como la escena pública la ocupaban personajes nefastos para la salud de nuestra economía y la moral de nuestra sociedad.

Vistas las consecuencias, convendría que los grandes empresarios, que asumen riesgo y generan riqueza estable, se manifestaran sobre lo que consideren oportuno pero que, también, asumieran el papel de defensores del buen capitalismo y, cuando conviniera, no tuvieran tantos reparos en criticar y ejercer la autocrítica colectiva.

Hemos vivido dinámicas esperpénticas en que se ha echado de menos la voz del empresario. Sin ir más lejos, durante el prolongado y lamentable período de descomposición de la CEOE, con su anterior presidente, no recuerdo ninguna voz crítica desde el empresariado. Excepto una, la de un catalán muy singular. En un país donde los Juan Roig son escasos, necesitamos que hablen más y más fuerte en defensa del interés general y del buen capitalismo. El que se explica por sus hechos. Y que no practican los chinos.