El mayor mercado del mundo

La economía colaborativa es para 'Time' una de las 10 ideas que cambiarán el mundo. Los reguladores en la Administración decidirán si apoyan el lado constructivo de esta innovación disruptiva o intentan dejarla en la penumbra de la economía sumergida.

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Si aún no se siente cómodo con el concepto de economía colaborativa, piense en renovar a sus amigos de sobremesa: es una de las 10 ideas que cambiarán el mundo según la revista Time. Estamos ante la principal alternativa al insostenible modelo económico de crecimiento, una innovación disruptiva que creará y eliminará sectores y miles de puestos de trabajo. Si la industrialización fue una novedad que cambió cómo vivimos hoy, el modelo colaborativo, identificado con Uber o Airbnb, es un nuevo salto hacia el futuro.

La economía colaborativa surge alrededor del año 2007 por la combinación de tres tendencias clave. Por un lado, una crisis económica global que pone bajo sospecha el modelo de consumismo basado en la posesión, de la producción creciente sin límites de automóviles o taladradoras. Por otro lado, una generación emergente de jóvenes millenials buscadores de experiencias, desapegados de la posesión, cuyo sueño adolescente ya no es tener un coche en propiedad sino conectarse globalmente. Y, luego, añadamos a todo ello unas plataformas tecnológicas y un uso extensivo de internet que permiten la aparición de empresas que conectan a los ciudadanos, les gestionan sus interrelaciones y les cobran por ello.

Recordemos qué habríamos pensado, hace solo seis años, de viajar a París usando la casa de un desconocido contactado por internet. Hoy, Airbnb gestiona más camas por noche que todo el grupo Hilton, y una plataforma colaborativa como es OLX.in es ya el mayor mercado de la India. Hablamos de una economía de casi 30.000 millones de dólares según Forbes, y va creciendo.

Hoy no nos preguntamos por la relevancia de la economía colaborativa, sino hasta dónde llegará la uberización de la economía: en cuantos sectores se repetirá el conflicto de Uber con el sector del taxi, y cuál será el resultado final en cada uno de ellos. Porque el cierre de Uber en España a finales de diciembre no cierra nada, simplemente confirma que habrá países y sectores con diferentes velocidades. El futuro, pues, serán diferentes escenarios según sea el comportamiento de los principales actores:

1. Las empresas privadas están decidiendo cómo atender a esos consumidores millenials que desean que, en las transacciones de segunda mano, se mantenga la certificación de la propia empresa fabricante, por ejemplo del smartphone, o incluso que esta realice la intermediación con una plataforma. Ikea ofrece, en Suecia, un mercado de segunda mano en su web, así como Decathlon hace con su Trocathlon. Avis o BMW innovan, colaboran o se asocian con este modelo, mientras otras empresas reclaman proteccionismo y barreras.

2. Los reguladores en la Administración decidirán si apoyan el lado constructivo de la economía colaborativa, o intentan dejarla en la penumbra de la economía sumergida. Estamos ante una innovación disruptiva, pero los gestores públicos ya están escogiendo cómo modelarla y guiarla. Por un lado, las regulaciones innovadoras: ciudades como Seúl y 15 grandes ciudades norteamericanas se declaran Sharing Cities, o el Gobierno del Reino Unido concluye que deben minimizarse los obstáculos al desarrollo de la economía colaborativa porque conlleva una flexibilización que puede solucionar muchos de los problemas actuales de la economía tradicional. La segunda opción es la española, por ejemplo: Barcelona y Madrid han paralizado la legalidad de Uber, aplicamos criterios arbitrarios prohibiendo el alquiler de propiedades por menos de cinco días (¡toma Airbnb!), o se potencian los argumentos basados en que es economía sumergida o no tienen seguro.

3. Los operadores de más éxito están siendo los potenciadores del lado duro, más cercanos a la precarización laboral que a los ideales libertarios de la bondad de compartir. Uber representa todos los temores a un escenario tipo Blade Runner donde un algoritmo dictamina quién trabaja, cuánto y cuándo, escogiendo entre miles de colaboradores independientes que buscan un sobresueldo. Airbnb conlleva una economía paralela, huéspedes que, en promedio, alquilan su piso menos de 60 noches al año para obtener unos 8.000 euros por año, y con ello logran seguir pagando la hipoteca o aumentar su sueldo.

De las combinaciones entre las decisiones de los tres protagonistas obtendremos una nueva realidad económica. A corto plazo, la Administración seguirá siendo conservadora, lenta y obviará priorizar la eficacia. Los operadores colaborativos seguirán buscando y encontrando agujeros legales imprevistos por los reguladores. A largo plazo, serán los operadores quienes generarán una estrategia de lobi conjuntamente con los ciudadanos frente al lobi de los taxistas o de los hoteleros.

Reflexionemos cómo todo ello ocurre en un país donde, como exclamó el distinguido cantante de Kiss, Gene Simmons: «¿Con su tasa de paro siguen impidiendo que las tiendas abran cuando quieran?» Pensemos en la potencia de la economía colaborativa: en tres minutos cualquier ciudadano puede devenir un microemprendedor que genera ingresos. Pocas alternativas económicas tienen tal potencial de redistribución de la riqueza. Quizá aquí resida su principal punto fuerte y punto débil.