DECLIVE DE UN EMBLEMA DE LA LUCHA OBRERA

Más negra será la caída

El sindicalista José Ángel Fernández Villa dilapidó en unas horas su enorme prestigio en el PSOE y el SOMA-UGT La mecha la encendió él mismo al acogerse a la amnistía fiscal

Símbolo 8 José Ángel Fernández Villa, en septiembre del 2009, durante un acto en Madrid.

Símbolo 8 José Ángel Fernández Villa, en septiembre del 2009, durante un acto en Madrid.

LUIS MUGUETA / OVIEDO

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En las apenas 12 horas que el pasado miércoles transcurrieron desde la aparición de la noticia de su presunta fortuna oculta de 1,4 millones de euros hasta su defenestración pública rubricada por el presidente de Asturias, José Ángel Fernández Villa (Tuilla, 1943) dilapidó el inmenso crédito político que fue adquiriendo durante 35 años y que le llevó a ser el hombre más poderoso e influyente del socialismo asturiano y, por lo tanto, de todo Asturias. No obstante, el PSOE ha gobernado el Principado cerca de tres décadas desde 1979, el año en que Villa comenzó a hacerse con el poder absoluto del SOMA-UGT, el sindicato minero considerado el emblema indiscutible de la lucha obrera en España.

Hoy, enfermo y atribulado por la bomba cuya mecha encendió él mismo acogiéndose a la amnistía fiscal, el hasta hace muy poco señor de las cuencas (en alusión a las cuencas mineras del Caudal y del Nalón) es un hombre roto enfrentado a un proceso que apunta a colocarlo en el escueto libro de la infamia de una comunidad que, en su singular catecismo identitario, no acostumbra a olvidar, y mucho menos a perdonar. El propio presidente del Principado, Javier Fernández, del que también fue mentor Villa en su día, no dudó en calificar el potencial engaño como «más grave que los casos de Pujol y Bankia. No solo por las cercanías sino también por el aspecto simbólico que encierra». El asunto Villa adquiere en Asturias una relevancia que trasciende el caso de corrupción de un hombre poderoso por el hecho de impactar en la familia minera, una de las reminiscencias de cabecera de la esencia asturiana. Quizá, y salvando matices, lo más parecido al caso Pujol y el sentimiento catalanista.

Hasta el miércoles, Asturias poseía la vulnerable presunción de ser un territorio de muy baja intensidad en materia de escándalos políticos. Los primeros efectos de la bomba Villa, más allá del montante económico y del aspecto chapucero que comienza a vislumbrarse, han tenido unas consecuencias inmediatas de difícil definición y que podrían sustentar un estudio sociológico acerca de la perplejidad y el temor a una trastienda aún más dolorosa que revela la extremada prudencia de las reacciones políticas, al margen de la contundencia de sus propios partido y sindicato.

Cuando Fernández Villa se hizo en 1979 con el timón del SOMA-UGT, Hunosa, el buque insignia de la minería pública española, tenía una plantilla de cerca de 20.000 trabajadores (aproximadamente, el 10% de la población activa de Asturias entonces) y se enfrentaba a un ejercicio con una previsión de 18.000 millones de pesetas de pérdidas. Cuando el dirigente minero abandonó el pasado año todos sus cargos en el sindicato, Hunosa, con apenas 1.700 trabajadores, se debatía en un laberinto de diversificación a expensas de planes de futuro dirigidos desde Bruselas y negociados en Madrid con la cada vez más diletante actitud de los políticos convencidos de la inviabilidad de una industria agónica.

Durante esos 34 años, la labor de Villa en la defensa del sector y del territorio minero ha sido reconocida y elogiada tanto por su legión de seguidores como por un ejército de enemigos. Pese a que el tejido social y económico de las cuencas está herido de gravedad por la escasa pericia de los gobernantes a la hora de aplicar las políticas de reconversión industrial, nadie le niega a Villa los logros y las ayudas obtenidas para garantizar un retiro digno a los trabajadores de la minería.

Fidelidad de los militantes

En un sector sindicalizado casi al cien por cien, las conquistas del señor de las cuencas fueron posibles gracias a la fidelidad inquebrantable y la disciplina de la legendaria militancia del SOMA, apoyada en los últimos 20 años por un pacto escrito en el aire que sumó a CCOO a la unidad de acción en defensa de lo que muchos ministros (Aranzadi, Solchaga, Piqué…) veían indefendible.

Desde la posición privilegiada que le otorgaba la fortaleza de su ejército sindical, Villa tomó agrupaciones socialistas estratégicas y las hizo necesarias para mandar en Asturias. Amante del poder, detestaba las primeras filas y jamás se propuso salir en el cartel. Su innegable habilidad política, un híbrido entre la tosquedad de un politburó y una cierta delicadeza maquiavélica, se basó siempre en la depuración del enemigo interno y el apoyo coyuntural del enemigo externo. Son conocidas sus veleidades negociadoras con Álvarez-Cascos o sus sonados encontronazos con los ministros de Felipe González. Guerrista confeso y militante, siempre que lo necesitó utilizó el apoyo del exvicepresidente de González para dirimir cuitas entre las familias socialistas asturianas o para comerse en las mesas de la dialéctica a secretarios de Estado, presidentes de la SEPI o ministros de Industria. Desde su despacho en la plaza de la Salve, en Sama de Langreo, Villa elaboró listas electorales, puso y dispuso presidentes regionales, alcaldes o dirigentes de entidades públicas. Durante tres décadas tejió con astucia y firmeza desbocada los hilos del devenir político de Asturias.

Querido y odiado, como todo hombre que se percibe poderoso, Villa gobernó en la sala de los espejos de La dama de Shanghái, con mil reflejos pero con la frialdad de un maestro de ajedrez. Uno de sus hitos fue el encierro de Nochebuena en el pozo mierense de Barredo en 1991, un gran golpe mediático con el que echó un pulso colateral al Gobierno de González. El inicio de su particular canto del cisne se inició con el fracaso en 2013 de la última marcha negra, a la que el Gobierno de Rajoy despreció sin menear un dedo y que dejó al sindicalista sumido en un proceso de abandono que aceleró su delicada salud, y que ahora empuja sin freno una turbulencia inesperada que va a borrar de un plumazo su leyenda.

El clamoroso silencio de Villa parece otorgar, y nadie entiende cómo el hábil jugador de ajedrez en la mesa política no intuyó la respuesta que iba a darle un Gobierno del PP cuando entró al trapo de la zanahoria de la amnistía fiscal.