Mario Draghi, en su laberinto

La recuperación exige un cambio de políticas porque las aplicadas por la UE para responder a la crisis financiera han fracasado. Y ahora, la amenaza de deflación es más grave; nos puede alejar aún más de la salida de la crisis. Mario Draghi, curiosamente

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La Federal Reserve Bank of Kansas City, una de las agencias regionales del sistema de la Reserva Federal (Fed), el banco central de EEUU, organizó en agosto su tradicional simposio en Jackson Hole, Wyoming. Académicos, ministros de finanzas, financieros y dirigentes de los bancos centrales se reunieron en mangas de camisa. El título del simposio: Re-evaluating labor market dynamics. La afable Janet Yellen parece que ya ha hecho los deberes y que la aceleración del crecimiento en EEUU le puede permitir, en todo caso, retirar los estímulos monetarios antes. Pero Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), habló en serio. Y pronunció palabras hasta hace poco prohibidas, eliminadas del lenguaje de la política económica europea. Curioso, porque el empleo no es un tema del que se tenga que preocupar: el mandato del BCE no dice nada del paro, a diferencia del de la Fed. Pero se soltó y comenzó su intervención de manera significativa: «Nadie en la sociedad puede quedar al margen del drama del paro. De hecho, aunque no haya riesgos para la estabilidad de precios, si el paro es elevado y la cohesión social está amenazada, la presión sobre el banco central para responder aumenta invariablemente».

El efecto sobre el empleo de la crisis financiera fue paralelo  para las economías estadounidense y de la zona euro hasta comienzos del 2011. Un aumento espectacular de la tasa de paro, más pronunciado aún al otro lado del Atlántico que se frenó a finales del 2010. Desde entonces, la evolución del paro ha sido divergente. Mientras en EEUU la tasa de desempleo se ha ido reduciendo, la eurozona ha sufrido una segunda recesión -seis trimestres de reducción del PIB- que ha provocado un nuevo aumento que del paro que condujo al máximo a mediados del 2013 (12%) y que ahora es del 11,5%. Este dato, sin embargo, es una media ponderada del 5% de Alemania y del 25%-26% de Grecia o España. Como el FMI lleva tiempo augurando, la inflación se ha situado sobre el 0,5% y constituye una nueva y grave amenaza. Y eso, en un contexto donde las dudas sobre los bancos europeos no se han disipado definitivamente (este otoño están previstas las nuevas pruebas de solvencia de los bancos). ¿Por qué esta diferencia?

Las últimas decisiones de Draghi explican en parte el curso de los acontecimientos. En junio, bajó los tipos de interés oficiales al 0,15% e impuso un tipo negativo para los depósitos que los bancos tienen en el BCE. Simultáneamente, anunció más compras simples en el mercado de bonos y un nuevo programa de compras de deuda, los TLTRO (targeted longer-term refinancing operations) con el objetivo específico de «mejorar el crédito bancario al sector privado no financiero». En septiembre ha vuelto a bajar el tipo de interés al 0,05% y ha aumentado el coste de los depósitos en el banco central hasta el 0,20%. También han comenzado las operaciones para la primera de las dos rondas de los TLTRO. Si las posturas de los halcones del Bundesbank no existieran, esto se llamaría quantitative easing y todos entenderíamos que Draghi ve claro que la política monetaria convencional ya no da para más y que necesitamos medidas no convencionales. Hay un concepto que se repite en las notas de prensa del BCE: «Mejorar el mecanismo de transmisión de la política monetaria»; lo que coloquialmente diríamos facilitar el crédito que permita aumentar la inversión y el consumo y comenzar o fortalecer la tímida recuperación.

¿Y en el otro lado? La Fed fijó un tipo de interés nulo hace casi seis años. Bajo la dirección de Ben Bernanke ha llevado a cabo programas vigorosos e importantes de compras de deuda privada (sucesivas rondas de quantitative easing). La economía estadounidense ha crecido de manera sólida, con una tasa media anual del 2%. El PIB ya supera los valores previos a la crisis y se han creado unos 200.000 nuevos puestos de trabajo al mes. La tasa de desempleo, que llegó al 10%, está alrededor del 6,1%. La inflación, aunque algunos querrían que estuviera acelerando, se mantiene al borde del 2% y las previsiones son estables. La FED, con la ayuda de los estímulos fiscales de Obama, ha conseguido reconducir la economía norteamericana. Además, por qué no decirlo, se han impuesto multas ejemplares a las instituciones financieras culpables de la crisis financiera.

La salida, más lejos

En dos palabras: la política económica con la que la Unión Europea ha respondido a la crisis financiera ha fracasado: no hay austeridad expansiva, las reformas no han servido para volver al crecimiento. Y ahora, la amenaza de deflación es más grave; nos puede alejar aún más de la salida de la crisis. Primero, si los precios bajan, empresas y consumidores retrasan decisiones de gasto y esto reduce aún más la demanda y agrava el problema en una especie de espiral en la que Japón ha perdido dos décadas. Segundo, como que las deudas están fijadas en términos nominales, la deflación agrava los problemas de los deudores.

En este contexto debe interpretarse la conferencia de Draghi. Ha admitido en público que se necesita política fiscal, que nos encontramos en una situación de trampa de liquidez donde la política monetaria convencional ya no tiene efectos. Se ha comprometido con programas no convencionales, pero ha hablado por primera vez de aprovechar la flexibilidad del pacto de estabilidad y crecimiento y de coordinar las políticas fiscales en la eurozona.

La recuperación necesita un cambio de políticas y por muchos aspavientos que hagan los jóvenes socialdemócratas, parece que Draghi lo tiene más claro y que puede imponer un cambio de políticas. Todo ello, siendo la única figura no sometida al proceso electoral democrático.