el personaje de la semana

Mario Draghi, el italiano impasible

El presidente del Banco Central Europeo, que esta semana ha pedido a España «ahondar en la reforma laboral», es un italiano atípico. Es el más alto funcionario internacional que ha dado Italia al que nada parece sacarle de sus casillas, ni Angela Merkel n

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POR ROSA MASSAGUÉ

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"Asústate, volveremos!". Pero Mario Draghi no es de los que se arrugan fácilmente. Salvada la sorpresa inicial por la atlética irrupción de una antigua activista de Femen con el amenazador mensaje, al presidente del Banco Central Europeo (BCE) no se le borró su permanente y enigmática media sonrisa y continuó, imperturbable, la rueda de prensa que el pasado miércoles daba en Fráncfort.

Su firma estampada en los billetes de euro circula diariamente por nuestras manos. Sin embargo, más allá de su cometido público de gran banquero europeo, poco sabemos lo que esconde aquella letra de buen colegial, tan limpia y clara. Draghi es un italiano atípico. No solo no gesticula, apenas mueve los músculos de la cara. Es extremadamente celoso de su vida privada. Rehúye los focos de la vanidad y concede entrevistas con cuentagotas.

Draghi (Roma, 1947), el mayor de tres hermanos, nació en una familia acomodada. El padre era banquero y la madre, farmacéutica. La desgracia le convirtió con solo 15 años en el jefe de la familia. Perdió a sus padres con pocos meses de diferencia. Y esa debe ser de las experiencias que marcan una vida.

Disfrutó de una formación excelente, primero en el Instituto Massimo, un prestigioso centro educativo de los jesuitas, y después en la universidad romana de La Sapienza y en el Massachusetts Institute of Technology, el célebre MIT, donde fue el primer italiano en doctorarse. Que Draghi prometía lo demuestran los padrinos que tuvo en su vida académica. Primero, Federico Caffé, gran divulgador del keynesianismo en Italia, y después el Nobel Franco Modigliani.

Tras unos años de docencia en universidades italianas e instituciones de EEUU, aterrizó en la Administración pública. Entre 1991 y el 2001, fue director general del ministerio del Tesoro, desde donde dirigió una de las mayores transformaciones del sistema económico italiano.

El privatizador

Puso fin al enorme entramado de empresas públicas privatizando bancos, petroleras, telecomunicaciones, autopistas o empresas de alimentación. Allí curtió, más si cabe, su impasibilidad y determinación enfrentándose a toda una élite de barones y ejecutivos de Estado reacios a perder sus privilegios. Su trabajo fue tan apreciado que en aquellos 10 años los nueve gobiernos de distinto color político que se sucedieron le confirmaron en el cargo.

Poco después fue gobernador del Banco de Italia tras una salida precipitada de su antecesor. Entonces hizo algo poco habitual. Vendió sus acciones y depositó las ganancias en un blind trust, un fondo que no puede controlar, y colocó los bienes inmuebles de la familia en otro fondo, este sin ánimo de lucro, llamado Serena, el nombre de su mujer con la que lleva casado toda una vida.

Se conocieron cuando Mario tenía 19 años y se casaron tras siete años de noviazgo. Experta en literatura inglesa, Serena tiene orígenes nobles como descendiente de Bianca Cappello, esposa de Francesco I de Medici. Son padres de dos hijos y abuelos de un nieto.

Como presidente del BCE ejerce una gran autoridad. También con su rostro imperturbable en el 2012 soltó una frase salvadora en un momento en que las primas de riesgo, entre ellas la de España, amenazaban desastre: «Haré todo lo que haga falta para salvar el euro. Créanme, lo que haga falta». Y le creyeron.

Su último golpe ha sido el plan de expansión cuantitativa (QE), la compra de bonos que no gusta en Alemania, y que ha merecido el calificativo de heroico. A Draghi le duele no ser querido por los alemanes. Cuando su nombre sonaba para la presidencia del BCE, el sensacionalista Bild le atacó así: «Para un italiano la inflación es algo tan normal como el tomate sobre los espaguetis».

Víctima de la inflación

Pocos días antes de anunciar el QE el pasado enero quiso desmentir este prejuicio en una de sus raras entrevistas, concedida en este caso al semanario Die Zeit, y lo hizo con una experiencia personal, cuando la inflación se comió la herencia de su padre que debía ser suficiente para pagar los estudios a los tres hermanos: «La primera vez que volví a Italia en 1976 me encontré con que todo lo que quedaba era apenas el equivalente a unos pocos cientos de euros». El juez de Familia había ordenado al tutor de los pequeños que invirtiera el dinero en bonos del Tesoro a plazo fijo y aquella decisión hizo evaporar el dinero.

Austero, determinado, imperturbable, Draghi es el italiano de mayor proyección internacional, pero en toda carrera, por brillante que sea, hay siempre algo que rechina. En su caso es el paso por Goldman Sachs International para dirigir la estrategia europea del banco. Se le considera responsable de una operación de venta de derivados a Grecia que permitió a este país entrar en el euro sin reunir las condiciones. El presidente del BCE siempre lo ha negado.