ANÁLISIS
Internet es libre... y bla, bla, bla
Pablo Foncillas
'Lecturer' IESE Business School
PABLO FONCILLAS
La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), que regula internet en EEUU, acaba de anunciar que no va a haber internet a dos velocidades, una rápida, para grandes corporaciones, y otra, más lenta, para pymes y particulares. Esto preocupaba especialmente a los operadores de telecomunicaciones, que defendían precisamente lo contrario (especialmente debido a las líneas móviles, que para transportar datos tienen una mayor exigencia de crear infraestructuras y, por tanto, inversión).
A mi juicio es una buena noticia. Suena a libertad. Y digo suena, porque el debate no termina ahí. En clases y conferencias explico que internet es una enorme autopista, que permite transportar datos que, de una manera u otra, normalmente terminan por ser visualizados en dispositivos de todo pelaje tales como teléfonos, tabletas, dispositivos de sobremesa, pantallas de coches (este último caso lo vi ayer mismo de manera más evidente en el Mobile World Congress de Barcelona, donde pasé toda la jornada), televisores… De hecho, internet es útil en la medida que cumple dos criterios: que haya diversidad de datos entre los que escoger y que esa información sea localizable (hace tiempo que nos hemos cansado de buscar información, ahora lo que queremos es encontrarla, de ahí el enorme desarrollo, por ejemplo, de las apps).
Lo que sucede es que internet es una pieza más de un engranaje en el que hay desarrolladores de hardware y de software. Y cada uno, desde su óptica y con sus intereses comerciales, está apostando desde el inicio de los tiempos por cerrar, por hacer menos transitable, ese espacio infinito que es internet. Me explico con dos ejemplos. Comenzaré por Apple, empresa que se enmarca en el primer grupo. Si decides lanzar una app para su sistema operativo (iOS), la compañía con sede en Cupertino tardará meses hasta autorizar, si es que lo hace, que dicho invento forme parte de las decenas de miles de aplicaciones listadas en su tienda, la App Store. Eso, sin duda alguna, es poner un límite a la libertad de información, porque Apple decide cuál es el estándar.
El caso de Google
Para el segundo caso me gustaría utilizar el ejemplo de Google y su producto Chrome, el buscador más utilizado del planeta, con unos 750 millones usuarios. Este prodigio de la ciencia, que con cada petición de información que le hacemos nos devuelve millones de resultados, tiene dos limitaciones. Por un lado, está sometido a lo que los señores de Google quieran mostrarnos, por los intereses que sean, y por el otro aprende de nuestros gustos (cada vez nos conoce mejor y nos muestra aquellos resultados que sabe que nos gustan más a nosotros, con lo que es menos diverso con el paso del tiempo). Por ello me temo que si bien es una buena noticia que la FCC considere internet como un bien de interés público, no entendemos que estamos regulando de forma local y restrictiva a los operadores de telecomunicaciones y, sin embargo, no tenemos una normativa que aplicar a jugadores con alcance planetario que ofrecen servicios similares (si no iguales) a los de estas empresas. ¿O es que acaso Skype (cuyo dueño es Microsoft) no es en la actualidad una empresa de telecomunicaciones que transmite voz y datos? Internet es libre... y bla, bla, bla.
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