Grecia y el rapto de Europa

JESÚS RIVASÉS

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Alexis Tsipras y su partido de izquierda radical Syriza está a punto de gobernar en Grecia con el apoyo de los también radicales de derecha que lidera Panos Kamanos, de Griegos Independientes. Una extraña coalición, en la que los extremos se tocan, que inaugura un nuevo tiempo político en una zona del sur de Europa y que, de momento, tiene en alerta a la Unión Europea que, por ahora, observa y espera. Por delante, lo desconocido.

La victoria electoral de Syriza ha sido tan inapelable como democrática, pero también menos holgada de lo que sus más partidarios, dentro y fuera de Grecia, airean. Ha obtenido ocho puntos de ventaja a la Nueva Democracia del hasta ahora primer ministro Samaras -que solo ha perdido tres escaños- y unos 400.000 votos, lo que equilibra mucho más las preferencias de griegos. Es decir, a pesar de los ajustes y de los sacrificios, casi la mitad del país no ha optado por Syriza y sus propuestas radicales, algo que quizá los nuevos gobernantes helenos tengan que tener en cuenta.

En la vieja Europa, que debe su nombre al mito griego de la hija de Agenor y Agríope luego raptada, seducida y abandonada por Zeus, la victoria de Syriza ha sido recibida con precaución y algo de volatilidad en los mercados, en los que además, las primas de riesgos permanecían estables en un primer momento. Todo depende de Tsipras y su socio Kamanos, que pueden elegir la vía que deseen para gobernar su país, porque tienen los votos y la legitimidad. La duda que germina en la milenaria Europa y en la más reciente Unión Monetaria, es si los nuevos dirigentes helenos respetarán las reglas del juego, aunque intenten obtener mejores condiciones o, por el contrario, romperán la baraja y abrirán la caja de Pandora monetaria, económica y, en definitiva, política.

Tsipras proclama que quiere que Grecia permanezca en el euro, pero eso significa cumplir y respetar las normas, que incluyen pagar las deudas, aunque pueda lograr una suavización de las condiciones, ya bastante atenuadas, se diga lo que se diga. La deuda pública de Grecia asciende al 177% de su PIB, pero tiene 32 años de plazo para pagarla a unos tipos de interés mínimos. Grecia, que en los últimos tiempos ha conseguido superávit primario, sí podría -si quisiera- pagar poco a poco sus deudas, pero depende de sus nuevos dirigentes el que lo haga o no y, aunque no han dicho nada, sí han anunciado a bombo y platillo el fin de la austeridad. Y si el fin de la austeridad consiste en gastar más de lo que se ingresa, eso significa más deuda, que alguien tiene que prestar, y si no hay garantías de devolución nadie lo hará, con lo que el fin de la austeridad también es imposible por esa vía. La política también se escribe con promesas incumplidas, como las de Zeus a Europa cuando la raptó para luego abandonarla. (Entre paréntesis y a pesar de los forofos hispanos de Syriza, España no es Grecia, incluso por la prima de riesgo, 100 puntos frente a 850. No es lo de menos).