Estancamiento secular

Mario Draghi, izquierda,y el comisario europeo Jyrki Katainen, el 12 de septiembre en Milán.

Mario Draghi, izquierda,y el comisario europeo Jyrki Katainen, el 12 de septiembre en Milán.

JOSEP-MARIA URETA / BARCELONA

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Son pocos los economistas, rama investigadores, que se esfuerzan por trasladar al español o al catalán palabras inglesas que describen fenómenos económicos que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos, aunque no lo sepan. Desde hace algo más de un año, se viene alertando en el mundillo de articulista eruditos de que podemos estar ante un estancamiento secular (secular stagnation, en su original inglés que también se habla en la Escocia de Adam Smith). Dicho así, parece la advertencia de que el siglo XXI serán 100 años sin crecimiento, ríanse de las dos décadas estancadas del Japón.

Nada de eso. Quiere decir simplemente que la recesión que estamos padeciendo puede durar más de lo previsto. Aunque volviendo a las palabras, es curioso que del inglés stagnation fuera el ingeniero, antes que gramático, Pompeu Fabra, quien lo recogiera en su diccionario, primera edición de 1932. Decía que estagnació era el cese de la circulación, especialmente de un fluido, como la estagnació de la sangre. Luego añadía, atención, "cese total o parcial de la actividad económica que se traduce en ausencia de crecimiento o caída".

Lo de secular tiene explicación más sencilla. Dicha por los analistas económicos, es lo contrario de lo esperado: no tiene una duración exacta en el tiempo. Se queda en el largo plazo, que igual son cinco años en crédito al consumo como 40, o más, en las hipotecas. Aquí es obligado recordar al economista inglés, John Maynard Keynes, quién aportó a la ciencia económica el impepinable "a largo plazo, todos seremos calvos" (comparte etimología con calavera).

Dos mensajes de esta semana inciden en lo del estancamiento secular. Provienen, nada menos, que de las dos autoridades mundiales más seguidas por sus declaraciones. Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de EEUU (Fed), que ha tenido que repetir, como si fuera un conjuro, que los tipos de interés del dólar se iban a mantener "por un tiempo considerable". ¿Secular? No, no hay que hacerse ilusiones. En este contexto, el de la bolsa de valores que mueve miles de millones en microsegundos, el tiempo considerable no va a ir más allá de la próxima primavera del 2015.

La otra frase es de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE). Ejecutada esta semana aunque viene de junio, y contenía ese aroma de incertidumbre segura que adorna a los economistas. El motivo era poner a disposición de la banca comercial europea un barril -en su tamaño coinciden escoceses e ingleses- de euros para que los presten a particulares y empresas para  la "mejora de la financiación neta". ¿Mejorar? ¿La financiación de quién? Uf, eso es para nota, como las inextricables que emite el BCE. Esta vez dice Draghi  que los LTRO -que no son litros en un barril- son una operación para refinanciar a largo plazo a las economías particulares a través de los bancos y no a ellos mismos para que compren con ese dinero deuda de sus propios países. Otra vez, por cierto, el plazo tiene otro significado: la operación de proveer de liquidez a la banca caducará en el 2018, cuatro años.

En lo que va de siglo -esta vez quiere decir eso, 14 años- los bancos emisores de dinero han sido los protagonistas absolutos de la economía mundial. Y también en lo que va de siglo, el estancamiento ha sido la tendencia dominante de las principales economías desarrolladas, las que hicieron, entre 1945 y 1980, de motor de la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos en EEUU, Europa y Japón.

Acertaron quienes describieron la stagnation como un fenómeno  dañino que hiela la sangre y todo lo acaba pudriendo. Para combatirlo se recurría, secularmente,  al cambio de  políticas.