Equilibrio sostenible

España debe encaminarse al punto óptimo, el de un equilibrio sostenible. Y para eso se requiere un plan estratégico que hay que abordarlo sin más dilación y que afecta tanto a las administraciones públicas como al conjunto de la sociedad española.

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El dilema entre austeridad y flexibilidad sigue vigente. Se refiere al gasto de las administraciones públicas y a la alternativa entre recortarlo, mantenerlo e incluso aumentarlo, con la consiguiente repercusión en la economía del país. Defiendo el criterio del término medio, la senda que conduce gradualmente al punto óptimo: un equilibrio sostenible.

En España, las administraciones públicas son habitualmente deficitarias. Pero el periodo 2000-2007 reflejó un cambio notorio, con saldos negativos inferiores al 1% e incluso positivos. El problema empezó en el 2008 y el 2009 con déficits del 4,5% y del 11,1%, respectivamente. Los números rojos continúan aunque la intención es bajarlo al 5,5% en el 2014. Esta tendencia negativa ha afectado la deuda de las administraciones públicas, que ha pasado del admirable 36% del PIB español  en el 2007 al 100% en el 2014 (nada menos que un  billón de euros). Tres claves han contribuido al descalabro: a) el declive de los ingresos debido a la menor actividad económica, aun subiendo las tasas impositivas, b) el aumento del gasto para paliar los efectos de la crisis, junto al aumento de partidas como las pensiones y los costos financieros y c) el fraude fiscal que ya equivale al 6 % del PIB.

Pero las administraciones públicas son solo una parte del melodrama. La clave son las cuentas negativas de la familia española en su conjunto (hogares, empresas y administraciones). Nuestra balanza de operaciones con la familia mundial casi siempre ha presentado números rojos (incluyendo productos y servicios, así como costos financieros y otras partidas). El consumo nacional excede a la producción propia. Hay miembros de la familia española que ahorran y otros que gastan, cierto, pero en conjunto nos endeudamos y requerimos el soporte financiero exterior, que ahora excede al billón de euros en términos netos.

Aunque la familia euro es una familia ahorradora. Por tanto, los deficitarios siempre pueden pedir auxilio a los virtuosos. No pasa nada, hasta que los virtuosos se mosquean. España es deficitaria (y los demás mediterráneos) mientras que Alemania lidera a los ahorradores. Como en cualquier familia, los virtuosos alemanes se sienten con todo el derecho para reñir a los libertinos del sur. Además, ellos fueron criticados en su momento, cuando se portaban mal y no les salían las cuentas, hasta que Herr

Schroeder se puso serio en el 2002,  convenció a toda la familia y cambió el rumbo. Alemania se ha esforzado y va llenando la hucha. Frau Merkel es la nueva predicadora del virtuosismo.

Volviendo a nuestras administraciones públicas. ¿Es sostenible el modelo basado en déficit y deuda creciente? Ahora tenemos bajos tipos de interés, pero todo puede cambiar. En el 2012 los prestadores extranjeros se fueron y ocasionaron una notable subida de tipos y un agujero superior a 200.000 millones que cubrió disimuladamente el señor Draghi, prestando dinero a los bancos españoles para que ellos compraran deuda a las administraciones públicas. Menos mal. Pero, ¿es prudente confiarlo todo al mago italiano? ¿Y si nos cambian al mago?

Un plan, dos vertientes

El objetivo del que llamo equilibrio sostenible es el plan estratégico que nos lleve al reequilibrio en un plazo razonable. Tiene dos vertientes. La primera afecta a la Administración y la segunda, al conjunto de la familia española.

En cuanto a las administraciones públicas, el camino incluye dos horizontes básicos. El primero es la reorganización de todos los servicios, en todos los ámbitos, con objetivos de máxima calidad y productividad. La calidad requiere atender a los clientes (los ciudadanos) con equipos bien formados, éticos y responsables. La productividad persigue el equilibrio entre producto y costo y precisa formación y tecnología. No basta con fijar límites de gasto, es mejor partir de cero y desarrollar un enfoque estratégico a corto y largo plazo, con un preciso plan de acción. Las administraciones han de actuar como una empresa de primera línea. El segundo horizonte se refiere al aludido fraude fiscal, que debe minimizarse con un cambio social que elimine el maléfico hábito de la corrupción.

La actuación de las administraciones ha de completarse con nuevos proyectos que generen empleo y crecimiento a largo plazo. El corredor ferroviario mediterráneo, conectado a los puertos y a la red europea, generaría un excelente servicio para la producción agrícola e industrial, desde Andalucía hasta Aragón y Catalunya. Bruselas lo ha aprobado. También crearía empleo, actividad empresarial (equipo ferroviario, explotación, energía eléctrica) e ingresos fiscales, con saldos positivos a medio plazo. Incluso favorecería la balanza comercial con el exterior.

La familia española ha de ahorrar con el fin de eliminar el billón de euros de deuda exterior. Requerimos formación, innovación, productividad. Es preciso seguir aumentando la venta de productos y servicios al exterior y, además, competir con proveedores extranjeros mediante nuevos productos nacionales. De esta forma produciremos por encima de nuestra demanda interna y conseguiremos un saldo positivo sostenible con el resto del mundo, eliminando la deuda actual.

La formación es esencial, en todos los ámbitos. Aquí interactúan las administraciones, las empresas, las escuelas, e incluso las familias. No podemos tener a jóvenes sin trabajar ni estudiar. El último estudio del INE (noviembre del 2013) señala que la población en edad activa se reducirá en 3,2 millones de personas en 10 años. En el 2025 no habrá paro. Además, el mundo se encamina hacia una nueva revolución tecnológica con grandes cambios en todas las cadenas productivas. El paro no es problema a medio plazo. La formación es esencial para apoyar la innovación y la productividad.

El equilibrio sostenible es factible. Es preciso escuchar, entender, construir en equipo, decidir, planificar, ejecutar… y corregir. ¡Pero ya!