El dilema: soplar y sorber a la vez

Para poder conjugar a la vez austeridad y crecimiento es imprescindible liberalizar las leyes laborales y reenfocar la Administración pública. Sin estas dos reformas, la inyección de dinero difícilmente producirá los resultados que se esperan.

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En Europa está instalado el debate sobre austeridad o expansión inducida. Los gobiernos conservadores alemanes han sido los paladines de la austeridad, sobre todo aplicada a los dilapidadores sureños. Ahora Francia, que sufre las consecuencias de la contracción de sus clientes europeos, y ve a Alemania flaquear, pide animar la economía mediante la inyección monetaria y el olvido de la austeridad presupuestaria.

El dilema está servido, porque los ortodoxos en economía siguen pensando en las virtudes de la disciplina presupuestaria, mientras seguidores de Paul Krugman (el economista demócrata estadounidense) se han enamorado de la política de liquidez a mansalva de la Reserva Federal americana (Fed), que tan buenos resultados de crecimiento ha dado a EEUU.

Mercado laboral

Sin embargo, trasladar la experiencia norteamericana a Europa no es sencillo, ni puede dar los mismos resultados. Una razón es que el mercado de trabajo europeo es muy rígido y las empresas se lo piensan mucho antes de contratar de manera indefinida. Eso hace que el número de iniciativas empresariales sea menor que en EEUU. Por eso los organismos internacionales piden más reformas estructurales, en particular en las leyes laborales; aunque los bancos dispongan de liquidez, no es seguro que tengan oportunidades de prestarla con solvencia. Así que el Banco Central Europeo (BCE) puede poner a su disposición mucho dinero, pero que ellos no sepan cómo invertirlo con rigor.

La segunda razón para que la política de expansión monetaria no tenga los mismos efectos en Europa que en EEUU es la diferente concepción de la Administración pública a uno y otro lado del Atlántico.

De la 'NPM' al 'NPG'

Hace unos años, la reforma de la Administración en EEUU consistió en hacerla más eficiente en sus procesos. Se llamó el NPM (New Public Management). Su filosofía era hacer de manera más eficiente su función; el camino era introducir técnicas del sector privado en sus procesos. Pronto se vio que su recorrido de mejora era limitado. El defecto fundamental de ese enfoque fue que las distintas administraciones trabajaban aisladas entre sí y también alejadas del sector privado y del sector sin ánimo de lucro. Esa compartimentación produce ineficiencias y evita la obtención de sinergias.

Por esas razones apareció una nueva ola de pensamiento respecto a la Administración Pública americana que se llamó NPG (New Public Governance). Se trataba de enfocar el gobierno de manera más amplia. Su labor consistía en dirigir todas las capacidades de un país hacia la creación de riqueza y su distribución de manera que mejore el bienestar real de sus ciudadanos. De esa manera, la Administración no se ve como una institución aislada, con una función dominante, sino como un instrumento de ayuda a las fuerzas más dinámicas de la sociedad: el entramado empresarial y la retícula de iniciativa social. La colaboración público/privada se convirtió en el mantra de esta ola de reformas. La NPG permite tener una Administración más eficiente, siendo más pequeña, menos gastos y más control del déficit público. Con la NPG, los gobiernos se convierten en animadores de la sociedad en general y no solo en administradores de los fondos públicos.

Así EEUU ha resuelto el dilema de austeridad o crecimiento. Un dilema que, planteado como lo hacen los europeos, no tiene solución. Parece como si se tratase de soplar y sorber a la vez (inténtenlo). La Reserva Federal norteamericana crea crecimiento inyectando liquidez en el sistema, porque el mercado de trabajo es muy flexible y su Administración relativamente modesta en comparación con la europea.

Para poder hacer las dos cosas a la vez (austeridad y crecimiento) con una política monetaria expansiva deben, por tanto, cambiar esas dos premisas: liberalizar las leyes laborales y reenfocar la Administración pública, que una parte de sus funciones de ejecución propia pasen a ser realizadas por el sector privado o el de non profits animado y capacitado por la propia Administración. Todo ello dentro de una estrategia de gobierno para mejorar riqueza y competitividad de los países y la calidad de vida de sus ciudadanos.

Hollande debe empezar por su casa

Los dilemas siempre se resuelven por elevación. Sin las dos premisas anteriores, la inyección de dinero será muy difícil que produzca los resultados que se esperan. El problema es que ambas reformas tropiezan con los intereses de la mastodóntica Administración europea y la ideología de los sindicatos y la izquierda política ¿Sería capaz el propio François Hollande, presidente de Francia, de ejecutarlas en la misma Francia? En ese empeño esta su primer ministro, Manuel Valls, y ya ha fracasado una vez.

La cancillera de Alemania, Angela Merkel, puede estar de acuerdo con la expansión monetaria. Pero como buena alemana, sospecha que una vez los mediterráneos tengan dinero en el bolsillo, se olvidarán de las promesas de reforma. El dilema no es solo técnico. Se crea por la desconfianza sobre la capacidad de los gobiernos de aplicar las recetas adecuadas. En particular, el francés y el italiano, dos de las grandes economías; porque sobre España (la tercera) las dudas se están despejando, con una prima de riesgo cercana al 100, cuando hace dos años era de 660.