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JOSEP-MARIA URETA

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Los aficionados al póker del mentiroso, versión cubilete y dados, conocen la regla elemental: agitar los cinco dados, mirar de soslayo la superficie de los cubos y proclamar una combinación superior a lo que indican. Si hay dos ases, se anuncia trío y se pasa el cubilete, siempre boca abajo, al siguiente jugador, obligado a aumentar la apuesta. Hasta que todo se hace inverosímil.

Es curiosa la partida que se está jugando en el poder centralista, aquella tópica amalgama de intereses del mal llamado estado -de hecho, sus cuerpos de élite- y de las empresas que este regula, el Ibex-35, que a su vez les financia sus actividades a partir de las adjudicaciones ventajistas. Ahora vemos que el riesgo de jugar al mentiroso empieza a cobrarse sus víctimas, los defraudadores individuales. Y si son expolíticos molestos para la causa, con más celeridad. Pero hay que observar bien la partida. La persecución, selectiva, de los recaudadores tributarios ha encontrado un filón en la persecución de las personas individuales, por más que se hagan pasar por gestores de sí mismas y su patrimonio.  ¿Se creen que somos tontos? La gran defraudación con la que no se atreven es la de las multinacionales con  sede en España. Lo de estos días es una partida de póker de exhibición.