Intangibles
Cuando bingo y casinos se hermanan
Hace pocas semanas, los principales partidos catalanes acordaron reducir, del 55% al 10%, los impuestos sobre el juego para, así, consolidar el macrocomplejo BCN World. Parece que, sin esta concesión, el proyecto resultaba inviable. Se entiende el malestar que ha generado el acuerdo, pues este compromiso con el sector del juego no encaja en absoluto con la voluntad por hacer de Catalunya una economía de valor añadido y base industrial, a la vez que constituye un agravio comparativo con las actividades productivas que soportan una fiscalidad más gravosa.
Sin embargo, los partidos que suscriben este acuerdo consideran que BCN World generará actividad, la que sea, y que, además, ello muestra cómo, en cuestiones de interés general, los grandes partidos son capaces de aparcar sus diferencias.
Y hace un par de días leía que las Comunidades de Madrid y Catalunya han alcanzado un acuerdo para interconectar las terminales de sus respectivos bingos electrónicos y, así, ofrecer premios de mayor cuantía y resultar más atractivos para los jugadores online. Nuevamente, la razón que se argumenta por parte de los partidos políticos que sustentan el acuerdo es que se contribuye al interés general.
Todo ello resulta curioso, cuando no indignante. Hace ya años que sufrimos una crisis devastadora, y en el Parlament de Catalunya no se han dado grandes acuerdos, al margen de los propios del debate soberanista. Y, ahora, el primer gran acuerdo que se alcanza es para rebajar impuestos a los casinos y facilitar el desarrollo de BCN World.
Por su parte, en el momento en que los tópicos entre Madrid y Catalunya se hallan más arraigados que nunca, cuando el desconocimiento mutuo favorece ese clima de hostilidad política, los acuerdos no se alcanzan para favorecer, por ejemplo, la circulación de estudiantes entre ambas comunidades o para debatir alternativas al modelo territorial actual. No, se alcanzan para colaborar en materia de bingos electrónicos.
Mientras unos lo confían todo a la recuperación económica, y otros a la independencia, la ciudadanía, de manera mayoritaria, pide un diálogo que sirva para ofrecer alternativas a la angustiosa situación económica de muchos, y para reconducir la dinámica política que va situándonos en un callejón sin salida.
Y en el caso de BCN World, molesta ver como la ciudad de Barcelona, que tanto se precia de su posición en el mundo, cede su nombre a un complejo que pivota sobre el juego y, además, situado a más de 100 kilómetros de distancia. Los defensores de todo ello argumentan que estos acuerdos enriquecen al conjunto de la sociedad.
El juego empobrece pero, por contra, debe reconocérsele el mérito de hermanar a partidos y comunidades. ¡Quién iba a decirlo! .
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