Ciudad con turistas, ciudad turística

Han sido los colegios de Economistas y de Arquitectos los que han aportado la mayor racionalidad en el contencioso sobre la opción de que Barcelona favorezca los usos turísticos frente a las quejas de los barrios más afectados

Conceder hoy más licencias de alojamientos en Barcelona es ignorar el debate de fondo

ECONOMIA TURISMO

ECONOMIA TURISMO / periodico

JOSEP-MARIA URETA

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Fue el barcelonés de nacimiento Juan Goytisolo, residente en Marraquech, el que hizo la distinción a un periodista que acudía a entrevistarle con motivo de la concesión del Premio Cervantes: “Con el tiempo, esta ciudad ha pasado de ser una ciudad con turistas a una ciudad turística”. Aludía a las incomodidades de los residentes que los turistas apenas perciben. El pasado 28 de enero, el Col·legi d’Arquitectes convocó una sesión con título inspirado en Goytisolo: “Barcelona, ¿ciudad para los turistas?” . El martes pasado, el Col·legi d’Economistes organizó un debate más explícito: “Conseqüències económiques de la moratoria hotelera a la ciutat de Barcelona”.

 Más allá de los ponentes y sus argumentos variados, mucho más que los que llegan a los ciudadanos, y teniendo en cuenta que hubo votación sobre el tema en el pleno municipal del jueves a cuenta de la moratoria de licencias de nuevos establecimientos para favorecer la llegada de más turistas, vale la pena atender a lo que que advierten esos dos colegios profesionales a través de sus debates: quien no entienda que Barcelona tiene un problema a largo plazo con la elección del turismo como primera opción de desarrollo, quedará atrapado por los datos a corto plazo que se repiten e intensifican desde que Europa y el resto del mundo entraron en crisis financiera y económica. Recibir turistas y visitantes (los que no duermen en la ciudad, sean de cruceros o los que vienen de excursión del día desde Lloret o Salou, por simplificar) aumenta la presión sobre determinadas zonas de la ciudad. Quienes viven ahí no tienen motivos de satisfacción. Que proporciona empleo y riqueza para todos es más que dudoso.    

Para los más exigentes: el eficiente Idescat, la estadística pública catalana, dispone desde hace meses de un modelo de cálculo de lo que el turismo aporta, de verdad, a la economía catalana en las renovadas tablas DIOC –input/output, relaciones entre proveedores de diversos sectores-. Aún no hay resultados.Por lo tanto, cuantos aseguran que el turismo aporta un 'x%' al PIB catalán no tienen referencia fiable. Tampoco la UE, muy exigente en el cálculo de las actividades económicas, admite el turismo como un epígrafe calculable para analizar el PIB de un país.    

Hay tres vicios en todo lo que se está discutiendo, y siempre para mal. Primero, que se considere la llegada de turistas como una bendición/necesidad con la que está cayendo y quien esté en contra no entiende el indiscutible éxito de Barcelona desde 1992. Segundo, que el ayuntamiento ha de estar al servicio de este dinamismo, gobierne quien gobierne. Tercero, que los pequeños episodios de abuso y saturación en determinadas zonas de la ciudad, se pueden reconvertir con las ordenanzas adecuadas.

Si se aspira llegar así al nivel del Marraquech de Goytisolo, adelante con los faroles. Pero por suerte hay urbanistas y economistas que saben anticiparse a esas consecuencias. Dicen los primeros que hay que conocer el caso de Baleares: cuantos más turistas, mayor caída del PIB por tratarse de una opción depredadora y barata. Añaden que en el caso de Barcelona hay que aceptar, primero, que no es una ciudad monumental, porque nunca fue una capital de Estado. Sustituir ese hecho por Gaudí lleva a consecuencias irreparables de saturación de visitantes en la Sagrada Familia o la Casa Milà.

Cuando el concejal responsable de todo esto, Agustí Colom, explicaba el martes en el Col·legi d’Economistes por qué hay que mantener la moratoria de licencias de hoteles y que aún está por medir el fenómeno de los pisos que ilegalmente se ofrecen a los turistas bajo el falso manto protector de la economía colaborativa, parecía que estaba hablando también a los ciudadanos que no quieren vivir para el turismo.

Hoy coinciden en Barcelona la burbuja hotelera, la de pisos para turistas que debían ser residenciales y el desplazamiento al extrarradio de barceloneses que no encuentran pisos de alquiler. ¿Cuánto de cada? No se ha medido. Pero sí hay percepciones de los ciudadanos afectados. Aparecieron, y bien, en los debates convocados por arquitectos y economistas. Los colegios profesionales se anticipan a lo que viene.