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'Brain drain': ¿problema o válvula de escape?

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HECTOR SALA

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El proceso de emigración de población joven y formada suele conocerse comobrain drain. En una concepción amplia, elbrain drainhace referencia a la fuga de capital humano (o pérdida de talento) en economías en las que individuos cualificados no pueden desarrollar plenamente sus capacidades o, si pueden, estas no son remuneradas de acuerdo con su valor en el mercado internacional.

¿Hasta qué punto es relevante este fenómeno en España? Los datos del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE) indican que en enero del 2009 había casi 1,5 millones de españoles en el extranjero, por cerca de dos millones en enero del 2013. Por lo tanto, en los cuatro años transcurridos entre ambas cifras se han marchado 460.000 españoles. Si excluimos a los 105.000 que tenían hasta 19 años de edad (que no pueden tener formación superior) y a los 160.000 que tenían 50 o más años (por no entrar en la definición anterior), el fenómeno delbrain drainengloba, según esta fuente, como mucho a 195.000 personas, suponiendo que todas ellas tuvieran una formación elevada.

Sabemos, no obstante (datos de la Encuesta de Población Activa del cuarto trimestre del 2012) que de los 20,2 millones de habitantes de entre 20 y 49 años hay un 35,9% que tiene estudios superiores. Aplicando este porcentaje a la cifra anterior, obtenemos un total de 70.000 personas.

En otras palabras, la fuga de población joven y formada durante la crisis no ha sido inferior a las 70.000 personas y no ha sido superior a las 195.000. Sobre una población de 41 millones de españoles (aunque la población total en España es de 46 millones), concluimos que el fenómeno delbrain drainen lo que llevamos de crisis ha alcanzado entre el 0,2% y el 0,6% de la población.

¿Qué consecuencias económicas tiene este tipo de emigración? Principalmente dos. La primera, la reducción de la oferta de mano de obra cualificada y, por consiguiente, el incremento de los costes laborales en ciertos sectores en los que esta mano de obra se vuelve escasa. La segunda, la pérdida de los recursos invertidos en la formación del individuo que emigra. En relación con la primera consecuencia, ¿realmente se ha vuelto escasa la mano de obra formada? La respuesta es un no contundente. De los casi seis millones de parados del cuarto trimestre del año pasado, 5,2 millones tienen entre 20 y 54 años y, de estos, más de 1,2 millones tienen estudios superiores.

Respecto a la segunda consecuencia, el coste en recursos invertidos en la formación de estos nuevos emigrantes no es todavía exagerado ya que se trata de una situación nueva. Se puede argumentar que, a pesar de ello, se trata de un fenómeno creciente, y que por ello debería preocuparnos. Sin embargo, la pérdida de recursos invertidos en la formación de nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) es mucho mayor por otros dos motivos que deberían recibir mucha más atención.

El primero es la dificultad de casar la formación recibida con un encaje profesional adecuado. Por poner un ejemplo, si los individuos con estudios superiores terminan consiguiendo empleos sistemáticamente por debajo de su cualificación, ello implica que una parte de la inversión realizada en su formación era innecesaria. Este desajuste se conoce como sobreeducación y hay evidencia de que en España es sustancial. Por supuesto, la formación es un bien en sí mismo, pero la valoración económica debe hacerse precisamente porque es uno de los costes económicos habitualmente cuantificados al analizar el fenómeno delbrain drain. La solución al problema de la sobreeducación pasa por invertir en el sistema educativo y mejorar drásticamente su conexión con las demandas del sector productivo.

El segundo motivo, tan o más importante, se encuentra en el mercado de trabajo y tiene una doble vertiente: la inactividad y el desempleo. Está claro que la mejor manera de no perder recursos invertidos en formación es garantizar su uso productivo, pero las cifras actuales son desoladoras. En un tramo vital tan fundamental, por lo que supone en términos de consolidación del proyecto familiar y profesional, como el que transcurre entre los 25 y los 44 años, tenemos casi 1,6 millones de inactivos y más de 3,3 millones de parados (el 55% del total). Está claro que el reto, hoy, es recuperar a estos cinco millones de personas.

Y por ello la emigración de población joven y formada no puede verse en las actuales circunstancias como un problema, sino más bien al contrario. A nivel individual, emigrar puede contribuir a una realización personal y profesional que el propio país no puede ofrecer, ni en el corto ni en el medio plazo. Esa aspiración es precisamente el acicate para tomar una decisión muy dura como es la de marcharse. Y a nivel colectivo, el flujo creciente de emigración neta es una válvula de escape del excedente de trabajadores. Con una tasa de paro del 26% y seis millones de trabajadores en paro, cualquier alivio debe ser bienvenido.

Por supuesto, elbrain drain, el drenaje creciente de mano de obra cualificada, supone un coste para nuestra sociedad que no puede negarse, pero un coste ínfimo cuando se compara con los costes y ajustes que enfrentamos en esta crisis. La decisión de emigrar no solo es valiente sino que es racional a la vista del escenario laboral en que nos encontramos. Que los que se van tengan suerte, y que los que nos quedamos tengamos acierto en gestionar la situación. Si somos capaces de reconducirla, no solo habremos transformado el país, sino que haremos atractivo el retorno de los que un día se fueron y recuperaremos un capital humano que se habrá multiplicado.

Aunque este escenario se antoje lejano, no por ello hay que bajar los brazos.

Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UAB. Doctor en Economía por la UAB, máster en Economía por el Birkberck College, de la Universidad de Londres. Investigador del Institute for the Study of Labor (IZA), de Bonn (Alemania), y del Grup de Recerca en Mercats, Institucions i Redistribució (Gremir)