FALLECE UN ECONOMISTA DETERMINANTE EN LA HISTORIA ESPAÑOLA RECIENTE

Boyer, el incomprendido

Miguel Boyer, en una imagen del 2003.

Miguel Boyer, en una imagen del 2003. / ell

JOSEP-MARIA URETA / BARCELONA

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Miguel Boyer, el ministro de Economía del primer Gobierno socialista de Felipe González que forzó la apertura de la economía española a mediados de los años 80, falleció ayer en Madrid a los 75 años por una insuficiencia pulmonar. Hace dos años, en el 2012, había padecido otro accidente vascular. Entonces, se dio amplia referencia en la prensa rosa, porque Boyer se había casado en 1988 con Isabel Preysler, con quien comparte una hija, Ana, nacida en 1990. Desde entonces, Boyer era solo un apéndice de las presencias públicas de su esposa.

La faceta del exministro y economista desaparecido como protagonista accidental de la prensa rosa no puede ni debe ocultar su protagonismo principal en la historia de las decisiones económicas de los gobiernos en los que participó, en los sucesivos, y, solo en pequeña parte, en los debates sobre la idoneidad del euro como moneda común europea.

La faceta cambiante y discutida de Boyer le llevó a ser sucesivamente un decidido apoyo de las políticas económicas de Felipe González, pero también del segundo período de las que practicó José María Aznar. Y más tarde también, con mayor sorpresa del mundo económico, del Gobierno de Rodríguez Zapatero.

Boyer, el economista, el exministro de González, ¿de dónde salía? ¿Por qué fue tan influyente en su momento?  Vayamos por partes.

Exilio

Boyer nació en San Juan de Luz (País Vasco francés), hijo de un exiliado partidario de Manuel Azaña. De vuelta a Madrid en los años 50 del siglo pasado, estudió Física en la Complutense y se adscribió a un movimiento político de izquierdas pero alejado del marxismo. Destacó lo suficiente para que le aceptaran como investigador en el servicio de estudios del Banco de España y más tarde en las empresas públicas del INI, el conglomerado de compañías del franquismo.

En esa época, Boyer ya era un elemento extraño para los dos bandos que se iban a situar en el posfranquismo. Los del régimen consideraron a Boyer un traidor. Los que iban a modernizar de una vez a España, el primer Gobierno de Felipe González, le tenían como un elemento tan imprescindible en sus objetivos como sospechoso por sus antecedentes.

Estudioso

González, tras su esplendoroso triunfo de 1982, le puso de máximo responsable de su política económica. Supuso el máximo protagonismo de Boyer, hasta 1985. Que en el verano de aquel año renunciara a la cartera ministerial y que el motivo fuera su relación con Isabel Preysler -el inicio del todo vale en la prensa rosa- ha ocultado injustamente sus contribuciones posteriores a los debates sobre la construcción europea. Fue, por ejemplo, uno de los primeros críticos del euro antes de que se implantara y formó parte de las comisiones que estudiaron sus efectos.

Tras dejar el Gobierno de Felipe González, Miguel Boyer, de carácter ciclotímico, arrogante, tímido e huidizo, aceptó diversos cargos públicos en el sector financiero que tampoco contribuyeron a su deseo de recuperar el anonimato: presidente del Banco Exterior de España (luego integrado en Argentaria), presidente de Cartera Central (un invento de la España especulativa para crear un gran banco, con el protagonismo, otra vez, de personajes de la prensa rosa como los Albertos, las Koplowitz y Javier de la Rosa), y al final, cuando nadie se esperaba su reaparición publica, Aznar obsequió a Boyer con la presidencia de CLH, la compañía pública de distribución de hidrocarburos (la antigua Campsa).

Después de toda esta presencia en la nómina pública, desde funcionario anónimo en el Banco de España y en el Instituto Nacional de Industria, hasta ministro poderoso de Economía, aunque solo por tres años, que Miquel Boyer tenga asociado su apellido al primer decreto realmente liberalizador de la economía española, de lo cual hace ya casi 30 años, indica su gran influencia en la política española, que sigue siendo superior a su involuntaria presencia en la prensa rosa. Fue lo que peor calculó el brillante Boyer.