Análisis

Bienvenido, señor Hoffman

Cuesta imaginar a BCN sin la inyección de ingresos y la proyección internacional de eventos como el MWC

JORDI MERCADER

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Mobile World Congress (MWC) es la nueva Feria de Muestras de los años 60. Entonces los barceloneses descubrían la sociedad de consumo. Se probaba el jamón de york, se recogían folletos, gorritas y se volvía a casa a dar cuenta de los garbanzos. El ceremonial del consumo hipnótico, aunque tecnológico, se repite. Se palparán la novedad y la sofisticación, se comprobarán precios y se echará mano del móvil más convencional para enviar una foto del dispositivo soñado. Esta es la esencia de la feria, crear la necesidad de comprar mañana.

De no haber sido por aquellas populares ferias de los planes de desarrollo, la Fira de Barcelona, Montjuïc, incluso la ciudad, no serían lo que son. Sin el MWC, con sus notables estadísticas sobre el impacto económico y laboral, su relevancia profesional y su proyección publicitaria de la ciudad, Barcelona no alcanzaría a convertirse en la capital de la tecnología móvil como pretenden su ayuntamiento y los actores económicos que apoyan este objetivo.

Hay que hacer un esfuerzo para ver las contraindicaciones de este tipo de acontecimientos. Los habrá en términos de molestias puntuales por la falta de un taxi, tal vez una juerga de congresistas estresados por tanta novedad digital, una espera en el restaurante habitual. Sin duda, las ventajas son mucho más trascendentes que los contratiempos circunstanciales. Más allá de los millones de euros que puedan llover sobre la ciudad, hay que apuntar en el balance el beneficio colectivo que supone la aceleración de grandes infraestructuras, la conexión con el aeropuerto, la línea 9 del metro, por ejemplo; gracias a la presión de los organizadores, bajo amenaza de no renovar el contrato con Barcelona.

Esto puede doler a los espíritus ciudadanos más sensibles, pero la realidad es esta. No hay movilización ciudadana más eficaz que la del dinero. El patrón de esta legión de vendedores de tecnología, renovada a pequeñas dosis cada temporada para mayor rentabilidad de las empresas, el señor John Hoffman, es el ciudadano más influyente de Barcelona, aunque ni él ni los 90.000 que le siguen vayan a votar en las municipales.

Luego está la vieja polémica sobre la idoneidad o sobre la sostenibilidad del modelo de ciudad asentado en los grandes acontecimientos. Cuestión recurrente en época electoral, aunque cueste imaginar Barcelona sin la proyección internacional y la inyección de ingresos extra que proporciona este tipo de convocatorias comerciales de interés local y universal. ¿Cuál es la idea alternativa para lograr un impacto económico de 2.000 millones como el aportado por el conjunto de la Fira?

Lo peor de estas ferias-congreso de la alta tecnología es el lenguaje ideológico con el que las adornan sus promotores. Como poco, se refieren a ellas otorgándoles la relevancia de agentes de la «revolución democrática del consumo», cuando podrían limitarse a llamarlas como lo que son, escaparates e instrumentos de promoción económica. Una cosa seria e imprescindible para sus negocios y para la ciudad.