Intangibles

Berlín, Mezzogiorno y el Frente Nacional

JORDI ALBERICH

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Hace pocos días leía dos artículos desde mi punto de vista especialmente relevantes. De una parte, un análisis acerca de cómo Berlín se ha convertido en la capital de los sin techo, pues se estima que son unos 25.000 sus ciudadanos que malviven en la pobreza extrema. Sucede en la capital del Estado más sólido, equilibrado y competitivo de la UE.

De otra, una aproximación al porqué del desastre del turismo en el sur de Italia. Como muestra, la actividad en los aeropuertos alemanes una semana de verano: frente a los 223 vuelos con destino a las Baleares, solo 17 lo hacen en dirección al sur de Italia. Ello, pese a que el Mezzogiorno goza de todas las condiciones naturales para convertirse en un gran destino turístico. Solo se entiende el fracaso si se considera el caos de sus infraestructuras físicas y de sus servicios públicos básicos, reflejo de una sociedad quebrada, que asume la corrupción, en su quehacer diario, con toda naturalidad.

Mientras, estos días asistimos a las primeras actuaciones del nuevo primer ministro francés, nombrado tras la crisis de gobierno con la que su presidente respondió al resultado de las recientes elecciones municipales, en las que la gran triunfadora fue Marine Le Pen. Su discurso excluyente parece que ha cuajado de manera notable en la sociedad francesa. Pensando en todo ello, y comparándolo con lo que sucede en nuestro país, es como para sentir un cierto alivio.

Nuestras ciudades, pese a la intensidad del desempleo, siguen mostrando un nivel de convivencia y dignidad muy notable, con un número relativamente escaso de personas sin techo. No es casualidad. A esa estabilidad contribuyen las prestaciones sociales, los vínculos familiares y, en buena medida, la solidaridad de base, articulada a través de numerosas entidades que atienden a los más desfavorecidos. A diferencia de lo que acontece en Italia, la corrupción en España se sitúa exclusivamente en determinadas élites políticas y económicas, y ha estado muy vinculada a la burbuja inmobiliaria. Pero en el día a día, las prácticas corruptas no se dan en absoluto.

Me pregunto cuantos ciudadanos han tenido que recurrir al pequeño soborno en su relación con algún servicio público. Particularmente, no conozco ninguno. Y, por lo que a las respuestas populistas se refiere, en España se dan todas las condiciones para su eclosión: en pocos años la inmigración ha pasado de inexistente a situarse en el 15% de la población, superando el 50% en algunos barrios de grandes ciudades. A su vez, la crisis económica conlleva importantes recortes en las prestaciones para los autóctonos. De todo ello podría culparse al inmigrante. Pero pese a todo, el rechazo al otro es casi inexistente.

Nuestros problemas, pese a su complejidad, los podemos concretar, no se han extendido conformando una sociedad contaminada y quebrada. Quizás sea un exceso de optimismo, pero creo que la sociedad española, y su economía, están dando muestras de una solidez y una cohesión sorprendentes. Aunque el optimismo mengua cuando uno observa como ciertas élites se niegan a escuchar la demanda ciudadana de una mejor democracia. ¿Acaso les atraen los modelos de Berlín, el Mezzogiorno, o el Frente Nacional?